Tema 3


 

 

 

TEMA 3

RECOGIDA DE INFORMACIÓN: LOS MÉTODOS Y TECNICAS OBSERVACIONALES

 

 

 

1. OBSERVACIÓN

2. ENTREVISTAS

3. CUESTIONARIOS Y ESCALAS

 

 

Profesor: JESÚS GARCÍA VIDAL


0. INTRODUCCIÓN: LOS MÉTODOS CUALITATIVOS EN EDUCACIÓN.

El enfoque cualitativo se caracteriza por defender una aproximación fenómenológica a los procesos educativos, es decir, por el hecho de estar particularmente interesado en comprender los fenómenos desde la perspectiva de quienes están implicados en ellos.

Desde esta óptica, por tanto, se defiende que al ser cada situación única y especial y estar determinada por lo que significan las cosas para quienes participan en ella, los métodos de recopilación de la información han de ser los propios de la etnografía. En cuanto a los métodos de análisis y valoración de los datos, se proponen también en esta línea, defendiendo como procedimientos esenciales la triangulación y la negociación.

En este tema pretendemos abordar, someramente, el problema de los métodos cualitativos, y más concretamente los observacionales, aunque muchos de los instrumentos observa-cionales al uso no se caracterizan, precisamente por su cualitatividad, pero de alguna manera hemos de estudiarlos.

En resumen, se trata de un enfoque que defiende los métodos descriptivos, interpreta-tivos e inductivos, que se aproximan a la realidad «desde dentro», asumiendo que ésta es siempre dinámica y cambiante y que es percibida por cada persona de manera peculiar y diferente, de modo que este tipo de métodos poseen una alta validez ecológica, al mirar muy de cerca la realidad del proceso educativo, si bien estos mismos métodos han sido a menudo criticados por sus potenciales problemas de fiabilidad, de consistencia y objetividad de los datos y, por tanto, de las interpretaciones que de ellos se derivan.

Frente a esta crítica, son numerosos los autores que han tratado de poner de relieve que el problema no es tanto el de una falta de rigor de los métodos cualitativos, como que éstos deben tener criterios propios para su “control de calidad”, diferentes a los habituales en la investigación cuantitativa

Dicho de otro modo, no se trata de que la evaluación cualitativa sea poco rigurosa (¡puede serlo tanto o tan poco como la cuantitativa!), sino de que se establecer criterios de rigor diferentes en la medida en que se parte del supuesto básico de que la neutralidad y la objetividad del paradigma positivista son, en este campo, sencillamente imposibles, de modo que sería necesario trasladar la cuestión de la neutralidad desde el evaluador a los datos, a su confirmabilidad (Scriven, 1972).

 

1. LA OBSERVACIÓN.      

 Como señala Fernández Ballesteros (1989:135), “la observación es el método científico básico”, ya que de una forma u otra se encuentra en la base de cualquier procedimiento para la recogida de datos, y en cuanto método científico, a diferencia de la observación cotidiana y casual, supone una conducta deliberada y sistemática del observador, que actúa guiado por una pregunta, propósito o problema explícitos, que son lo que da sentido a la observación y lo que determina la respuesta más apropiada a cada uno de los interrogantes que debemos siempre resolver cuando decidimos emplear este procedimiento: qué vamos a observar, quién va a hacerlo, cuándo, cómo y dónde.

1.1. QUÉ OBSERVAR: EL OBJETO DE LA OBSERVACIÓN. Con respecto a la primera de estas cuestiones, como es obvio, el problema fundamental es que al estar toda observación dirigida al conocimiento de un problema es éste el que debe dirigir el proceso observacional, pero sabemos que es la posición previa del observador acerca del fenómeno observado lo que determina qué variables concretas considerará relevantes y cuáles no; así, ante una dificultad de aprendizaje de la lectura, podremos dirigir nuestra atención (por ejemplo) hacia el rendimiento del alumno en diferentes tareas de lectura, hacia los procedimientos didácticos con los que se le está enseñando a leer o hacia variables como su capacidad de reconocimiento visual de formas o su capacidad para determinar diferencias y similitudes viso-espaciales, en función de cuál sea nuestra concepción previa sobre las DA lecto-escritoras y sus causas.

Dicho de otro modo, la observación no es nunca un proceso neutro, incluso cuando se trata de minimizar su subjetividad por medio de la formalización de las variables a observar, la utilización de registros objetivos y la cuantificación de las observaciones; como ya pusiese de relieve Popper (1977), toda observación está orientada por una teoría, y es mejor no olvidar este hecho fundamental.

Por otra parte, no puede olvidarse tampoco que la observación es un procedimiento limitado, como todos, en lo que se refiere al tipo de objetos sobre los cuales puede aplicarse, esto es, que no constituye un procedimiento capaz de sustituir a todos los demás, como a veces se ha pretendido desde posiciones conductuales radicales, en la medida en que lo que nos interesa en la evaluación psicopedagógica no es siempre directamente observable (al contrario, a menudo no lo es), de modo que reducir la toma de datos a la observación y ésta a una observación de lo “público” y “objetivo” es caer en un reduccionismo inadmisible y que, además, no soluciona el problema de la subjetividad antes aludido en la medida en que, como hemos señalado, la observación objetiva es, sencillamente, un mito.

Volviendo a Fernández Ballesteros (op.cit.), la observación es una herramienta útil para la recogida de datos acerca tanto de las variables motrices como fisiológicas de los sujetos, pero también de otras que no son directamente observables, como las variables de tipo cognitivo, siempre y cuando éstas se hayan definido de la manera apropiada, ya que lo que realmente queda fuera del campo de acción de este tipo de procedimiento son los constructos hipotéticos no verificados. Así, es posible hablar de las siguientes unidades de observación (Fernández Ballesteros, 1992):

- Continuo del comportamiento: Se trata de recoger de manera descriptiva, en tiempo real y de forma continua la mayor parte de los eventos que ocurren en un contexto natural en un período amplio de tiempo.

- Atributos: Se observan comportamientos concretos, pero que se emplean como indicadores a partir de los cuales inferir determinadas entidades que se suponen expresadas a través de aquéllos.

- Conductas: Se observan comportamientos verbales, motóricos o fisiológi-cos manifiestos, ya sea en términos simples, ya sea agrupados en categorías, que previamente se han definido y especificado.

- Interacciones: En este caso el objeto de la observación son relaciones funcionales entre dos o más eventos que han sido previamente especificados, como en el caso anterior.

- Productos de conducta: Se observa el resultado de un conjunto de activida-des internas o externas realizadas por el sujeto o sujetos observados.

 

1.2. DISTINTAS MODALIDADES DE OBSERVACIÓN. Con respecto a esta segunda cuestión, es habitual en la bibliografía distinguir en general entre la observación realizada por un sujeto externo, ya sea participante o no, y la auto-observación que una persona puede realizar sobre sí misma.

1.2.1. LA OBSERVACIÓN PARTICIPANTE. Esta expresión designa «la investiga-ción que involucra la interacción social entre el investigador y los informantes en el milieu de los últimos, y durante la cual se recogen datos de modo sistemático y no instructivo» (TAYLOR y BODGAN, 1986), lo cual permite una aproximación comprensiva a la realidad tal y como se produce en el contexto real y, sobre todo, tal y como es percibida y vivida por los participantes. Siguiendo a FDEZ. SIERRA Y SANTOS (1992), se trata de un procedimiento que:

· Permite la recogida directa de información, sin intermediarios, y por tanto, sin interpretaciones mediatizadas por otros.

· Elimina la necesidad de un muestreo de informantes: todos los implicados en el programa lo son.

· Facilita la selección de los informantes y el desarrollo de las entrevistas: a quien, cómo y sobre qué entrevistar.

· Abarca los diversos aspectos del programa (¡?) pudiendo enfocarse de forma global o centrándose en parcelas según la necesidad, interés, momento y desarrollo de la evaluación.

· Se desarrolla en el escenario de los hechos, tal y como se presentan en la práctica, lo que permite forjarse una visión global y realista de la situación.

· Hace posible desvelar la coincidencia o contradicciones entre discurso y praxis, entre opinión y acción: evitar que los implicados expresen opiniones que no se corresponden con los hechos (no es igual lo que uno piensa, dice y/o hace).

 Si a todo ello le unimos que, a diferencia de otras modalidades más formalizadas de observación, tiene la gran ventaja de la flexibilidad, ya que permite enfocar la situación de manera global o centrándonos en aspectos puntuales, según evoluciona nuestra visión de la situación, y que facilita una captación viva de lo que ocurre en los diferentes escenarios del contexto, está claro que resulta un recursos de primer orden en la eva-luación psicopedagógica, aun cuando debemos ser conscientes se ciertas limitaciones, entre las que no es la menor que la presencia del evaluador en el terreno tiende a producir ciertas distorsiones, tanto provenientes del observador (autoconfirmación, efecto de espejismo, efecto de asimilación) como procedentes de los participantes (efecto de simpatía o de rechazo). Para reducir estos inconvenientes, FDEZ. SIERRA Y SANTOS (op.cit.) recomiendan seguir ciertas estrategias de control del proceso, como por ejemplo:

1. Actuación de varios observadores, bien trabajando en equipo, bien incluyendo a otros en determinados momentos.

2. Permanencia prolongada en el contexto, que permite al observador comprender mejor su cultura y a los observados habituarse a él.

3. La ampliación del ámbito (humano y espacial) del observador.

4. La implicación del mayor número posible de participantes en la negociación y análisis de los informes parciales, para que nadie se sienta discriminado ni anfitrión.

5. La autorreflexión continua del observador sobre sus estrategias, posición en el grupo, sus relaciones, etc.

 

 1.2.2. LA OBSERVACIÓN FORMALIZADA (NO PARTICIPANTE). A diferencia de la observación participante, con la que comparte el interés por aproximarse a los fenómenos tal y como ocurren en el contexto real, la observación no participante, es un procedimiento «encaminado a articular una percepción deliberada de la realidad manifiesta con su adecuada interpretación, captando su significado, de forma que mediante un registro objetivo, sistemático y específico de la conducta generada espontáneamente en un determinado contexto, y una vez se haya sometido a una adecuada codificación y análisis, nos proporcione resultados válidos dentro de un marco específico de conocimientos» (ANGUERA, 1988:7).

Así, pues, frente a lo que ocurre con la observación participante, esta segunda modalidad pretende una aproximación más “objetiva” al objeto evaluado, por lo que son cuestiones clave en ella la categorización del objeto de estudio, los sistemas de codificación, la definición de las unidades de medida o la cuestión del muestreo de las variables a observar y de los intervalos temporales, entre otras.

Aunque, sin duda, a muchos parecerá difícilmente conciliable la doble utilización de la observación participante y sistemática, en nuestra opinión ambos procedimientos son necesarios en el proceso de evaluación: mientras el primero nos aproxima al «ambiente», a los intercambios sociales, el segundo parece difícilmente sustituible cuando, por ejemplo, estamos interesados en el análisis de los procedimientos que pone en juego el alumno frente a determinadas tareas, o cuando existen problemas conductuales precisos, cuya frecuencia, duración, condicionantes,... pretendemos establecer con fines diagnósticos y de interacción (piénsese, p.e., en el caso de la integración de alumnos con déficit en la conducta adaptativa).

La observación sistemática o formalizada admite diversas formas de recogida de la información en función del objetivo que pretendemos, del contexto de la observación y del tipo de conducta que queremos observar. De esta manera, pueden ser abiertos (permiten recoger cualquier tipo de información) o cerrados (las conductas a observar están perfectamente delimitadas); interpretativos (conducen a una interpretación particular de lo observado) o no interpretativos; al tiempo que pueden utilizar estrategias, instrumentos y registros particulares para la recogida de la información.

Por lo que se refiere a la cuestión de las unidades de medida, Fernández Ballesteros (1992) señala que los objetos observados podrían cuantificarse a partir de algunas de las siguientes dimensiones:

-Ocurrencia, entendida como la simple constatación de la presencia o ausencia del objeto evaluado. 

-Frecuencia, es decir, la cantidad de veces que se observa el objeto en cuestión, que puede registrarse en términos absolutos o, lo que es más frecuente, en forma de tasa, esto es, indicando la proporción de ocurrencia de lo observado en una determinada unidad de tiempo.

-Duración del evento observado.

-Dimensiones cualitativas o, lo que es lo mismo, intensidad, magnitud o adecuación de lo observado, que suele medirse en términos de una escala ordinal.

No obstante, debe apreciarse que estos cuatro parámetros se refieren siempre, como no podía ser de otro modo, a propiedades del objeto de la observación, por lo aún más importante que definir estos aspectos concretos resultaría el modo en que se define dicho objeto, lo que puede abordarse según Evertson y Green (1989)  desde cuatro perspectivas básicas, cada una de las cuales daría lugar a un “sistema de observación” diferente: categorial, descriptivo, narrativo y tecnológico.

1. Los sistema categoriales, en primer lugar, son sistemas cerrados en los que siempre se observan fenómenos previamente identificados y clasificados por el observador en función de algún criterio en particular, que suele ser una teoría o modelo explicativo explícito del objeto evaluado y que da lugar al establecimiento de una correspondencia unívoca entre una categoría y una conducta o fenómeno a observar.

Evidentemente, el tipo de categorías empleado depende de la concepción previa que se tenga acerca de la naturaleza del fenómeno en cuestión, de modo que podemos encontrarnos con diversas formas de este tipo de sistemas:

a) Sistemas de categorías propiamente dichos, en donde el fenómeno a observar se operativiza siguiendo reglas como la definición clara y precisa de cada clase, el que éstas sean mutuamente excluyentes, de un lado, y homogéneas, de otro. El conjunto de categorías así definidas debe cubrir exhaustivamente el campo del fenómeno observado.

b) Sistemas de signos, consistentes en el registro simple de la ocurrencia o no del fenómeno evaluado en intervalos temporales determinados. Este tipo de sistema es el que se suele utilizar para registrar la presencia o no de una determinada conducta y, en su caso, la frecuencia de dicha aparición no permitiendo realizar valoraciones sobre la misma, resultando especialmente adecuados cuando se trata de conductas poco frecuentes. Anguera (1985:62), propone como estrategia a seguir en este tipo de sistemas dividir la duración de la clase en periodos cortos (1-3 minutos y registrar cada signo solo la primer vez que ocurre en cada intervalo, de manera que el registro mostrará en cuantos intervalos ocurre la conducta y la frecuencia estará limitada a 0-1 en cada intervalo.

c) Listas de control o “listas de rasgos” (Fdez. Ballesteros, 1992), que constituyen una variante del sistema de signos en la que se trata de registrar qué características de un conjunto predeterminado están presentes o ausentes en un sujeto o situación. Cuando el objeto de observación es la conducta, suelen ser denominados también “catálogos de conducta” y admiten dos formas básicas (íbid): los registros de conducta y las “matrices de interacción”, interesadas en la constatación de eventuales relaciones funcionales entre ambiente y conducta.

d)  Listas estimativas o escalas de apreciación (rating scales), Kerlinger, (1985:381) señala que "es un instrumento de medición que requiere que el observador asigne el objeto medido a categorías o continuos a los que se han dado numerales", es decir que son  sistemas de categorías en los que el interés del observador se centra en determinar el grado en que el objeto evaluado participa de una determinada característica o propiedad. Evidentemente, las unidades de medida en este tipo de sistemas pueden ser tanto la frecuencia (generalmente cuantificada en escalas del tipo Siempre-Casi siempre-A veces-Casi nunca-Nunca), como la intensidad, magnitud o adecuación (en escalas como Mucho-Bastante-Algo-Poco-Nada y otras similares).

2. Los sistemas descriptivos, a diferencia de los anteriores, son “sistemas abiertos en los que la identificación del problema puede realizarse de un modo explícito, aludiendo a conductas, acontecimientos o procesos concretos, y estaríamos entonces ante una observación estructurada, o bien las cuestiones que preocupan al observador quedan definidas de modo más vago o impreciso, como ocurre en la observación no estructurada” (Rodríguez, Gil y García, 1996:160).

De acuerdo con Anguera (1991), este tipo de sistemas son característicos de la investigación inductiva, es decir, de las situaciones en que no tenemos un conocimiento suficiente del objeto de evaluación y, en consecuencia, nos vemos obligados a utilizar un sistema de categorías provisional, generalmente dentro de una “estrategia de embudo” (Rodríguez y otros, 1996) en la que la observación meramente descriptiva precede a otras más focalizadas y, finalmente, selectivas.

Consecuentemente, la observación descriptiva se lleva a cabo siempre en los contextos naturales en que ocurre el fenómeno o evento que nos interesa estudiar y con la duración natural de éste, y toma como unidades de observación los múltiples aspectos del objeto en cuestión en su complejidad y extensión naturales, de modo que éstos suelen registrarse en formatos abiertos, como las notas y cuadernos de campo.

3. Los sistemas narrativos, podrían considerarse como un tipo especial de los anteriores, de los que se diferencian porque “se plantean, además de los objetivos anteriores, la identificación de patrones de conducta que se den dentro de los acontecimientos específicos observados, que más tarde podrán ser comparados con otros casos, de forma que se puedan constatar tales patrones” (Rodríguez y otros, 1996:162). Así, pues, se trata también de un tipo de sistema inductivo en el que se trata de registrar con la menor distorsión posible las conductas o acontecimientos tal y como se producen en sus contextos naturales. Algunas de las técnicas de registro propias de este tipo de sistemas serían (íbid), por ejemplo:

   -El registro de incidentes críticos.

   -El registro de muestra.

   -Las notas de campo.

   -El diario de campo.

4. En cuanto a los sistemas tecnológicos, o “procedimientos automáticos de registro”, constituyen más bien soportes que pueden emplearse con cualquiera de los sistemas anteriores, ya que permiten registrar mecánicamente la información y podemos volver sobre ella cuantas veces sea necesario, además de que pueden acceder a ella múltiples observadores para contrastar sus observaciones. En cuanto a cuándo elegir uno u otro método de trabajo, Fernández Ballesteros (1992:157) recomienda tener en cuenta los siguientes criterios:

- La complejidad y especificidad del problema a examen, ya que cuanto mayor sea la complejidad menor debería ser la estructuración inicial y mayor el grado de planificación del proceso por parte del evaluador.

- La cantidad y grado de concreción del objeto a observar, ya que los eventos bien definidos y poco numerosos deberían registrarse a partir de catálogos de conducta elaborados al efecto.

- Si el objeto de la observación tiene un carácter primariamente interactivo, debería tratar de elaborarse una matriz de interacción para su observación.

- Si nos enfrentamos a problemas complejos pero, a la vez, bien especificados, existiendo registros elaborados y validados para su evaluación, deberíamos recurrir a estos sistemas de categorías de forma preferente.

- Siempre que sea posible y éticamente apropiado, se deberían emplear dispositivos automáticos de registro.

- En los primeros acercamiento a un problema, debería recurrir se al empleo de sistemas narrativos y descriptivos, así como a la utilización de escalas de apreciación que cumplimentarían las personas implicadas en el problema o cercanas a él.

Para terminar este apretado comentario sobre la observación no participante, debe señalarse que una cuestión crítica es la del muestreo, es decir, todo lo relativo a la toma de decisiones acerca de cuándo se registrarán los fenómenos que nos interesan, ya que una de las condiciones básicas para que la observación efectuado tenga una mínima validez es que la muestra observada sea realmente representativa del universo que pretendemos examinar (Quera, 1991). Como señala Fernández Ballesteros (1992:158): “De un lado, es prácticamente imposible para un observador humano prolongar una observación atenta durante períodos extensos de tiempo, y esto por la fatiga que ello acarrea. De otro lado, la privacidad de ciertos eventos impide el seguimiento temporalmente extenso del continuo del comportamiento. Pero esto no es todo, en ocasiones el objetivo de la observación se centra en actividades realizadas por un grupo de sujetos, resultando más difícil aún recoger las actividades de todos los sujetos presentes a los que se desea observar”.

Así, hay que decidir cuidadosamente durante cuánto tiempo va a observarse, con qué frecuencia va a hacerse, en qué momentos se iniciarán y finalizarán los períodos de observación, si se van a usar intervalos temporales para la observación y el registro, si se pretende tener constancia de lo que ocurre en distintas situaciones y si va a observar a uno, dos, tres... sujetos, ya que todas y cada una de estas cuestiones implican decisiones concretas en relación con cada uno de los siguientes tipos de muestreo (íbid):

- Muestreo de tiempo, que implica decidir durante cuánto tiempo, con qué frecuencia y en qué momentos se va a observar.

- Muestreo de situaciones.

- Muestreo de sujetos.

 

2.2.3. AUTOINFORMES Y AUTORREGISTROS. Como señalamos hace un momento, además de entre observación participante y no participante, es posible al hablar de observación distinguir si estamos hablando de una observación externa (las dos modalidades anteriores los son) o de una auto-observación, en la que es el mismo sujeto quien actúa como sujeto y objeto de la acción a un tiempo, produciendo un autoinforme (Fernández Ballesteros, 1981).

Utilizados en la primera psicología moderna y desterrados del campo de los procedimientos “científicos” durante años, a causa de su carácter esencialmente subjetivo y no verificable, en las dos últimas décadas los autoinformes han vuelto a recobrar un cierto reconocimiento (Miguel-Tobal, 1993)  en el marco de la evaluación psicológica y psicopedagógica como “el método prioritario y directo por excelencia, al menos por el momento, a la hora de explorar los contenidos mentales del ser humano” (Fernández Ballesteros, 1992:219), a los que nos resulta imposible acceder de otro modo. De hecho, en buena medida muchos cuestionarios, inventarios y parte de los contenidos de las entrevistas de evaluación constituyen, en última instancia, formas particulares de autoinformes, basados en el análisis introspectivo.

Así, pues, como señalaba Avia (1981), los autoinformes son un procedimiento de obtención de datos que, con todas las cautelas que se quiera, resultan de gran utilidad cuando pretendemos acceder a “respuestas encubiertas” de un sujeto, cuando nos interesan ciertas conductas personales que, siendo directamente observables, forman parte de la esfera íntima de las personas o cuando se trata de contenidos a los que no podemos acceder de otro modo... Circunstancias todas ellas que se encuentran presentes entre los variados contenidos propios de la evaluación psicopedagógica.

Por citar sólo un ejemplo, existe constancia más que sobrada acerca de la importancia de variables como el autoconcepto o la motivación del alumno en los procesos de enseñanza-aprendizaje y, como se expuso en el Volumen I, sabemos también que en ambas variables están presentes de manera determinante los constructos que la persona emplea para organizar, interpretar y dar sentido a su experiencia, de modo que sería difícil aceptar que una evaluación psicopedagógica es completa si no se incluyen los procesos atribucionales, las creencias o las expectativas del sujeto. Ciertamente, es posible examinar algunos aspectos de estas dimensiones del comportamiento a través de entrevistas o cuestionarios, pero desde luego los autoinformes en sentido estricto son, con mucho, una de las mejores herramientas con que podemos contar para aproximarnos a ellas.

Evidentemente, no estamos sugiriendo que tales variables deban ser examinadas sólo por este medio, pero sí que los autoinformes debieran estar más presentes de lo están habitualmente en el proceso de evaluación psicopedagógica, tanto si nos referimos a los proporcionados por los propios alumnos (al menos, a partir de cierta edad), como si nos referimos a los autoinformes que pueden realizar las profesoras y profesores: ¿cómo vive un profesor el comportamiento disruptivo de un alumno? ¿qué clase de pensamientos preceden a su toma de decisiones cuando, en el aula, observa que un deter-minado alumno o grupo de alumnos “se pierden”? ¿cuáles son sus creencias íntimas acerca de las posibilidades y limitaciones del alumno que no parece avanzar en el aula? ¿cómo percibe, desde el punto de vista de su autoconcepto profesional, la experiencia de fracaso de sus alumnos? Estas son algunas de las cuestiones, sin duda relevantes, que podemos considerar materia de los autoinformes del profesorado.

La cuestión no es, pues, a estas alturas discutir acerca de la conveniencia o no de emplear este tipo de metodología en la evaluación, sino tratar de usarla sólo para los aspectos en que realmente resulta útil (muchos, en nuestra opinión) y, sobre todo, utilizarla siendo conscientes de que, a pesar de sus ventajas, presentan ciertos problemas, como son la eventual simulación o falseamiento, el efecto de deseabilidad social o la aparición de determinadas tendencias de respuesta, entre otras (Miguel-Tobal, op.cit.).

En cuanto a las diversas modalidades que pueden adoptar los autoinformes, aunque estamos acostumbrados a pensar en ellos casi siempre como informes escritos sin ningún tipo de pauta, lo cierto es que son muchos los posibles formatos que pueden adoptar, tanto en lo que se refiere al grado de estructuración (desde la libertad más absoluta hasta los cuestionarios e inventarios cerrados, pasando por los autoinformes basados en ciertas pautas más o menos amplia), como en lo relativo al ·”lenguaje” empleado (desde el informe escrito hasta el juego de roles –role playing-, pasando por las técnicas de “pensamiento en voz alta”) o a la situación de producción (“de laboratorio” o en situaciones naturales cotidianas).

 

HORA           ACTIVIDAD PREVISTA ACTIVIDAD REALIZADA         VALORACIÓN

 6 a 6.10                                                                                                                   ++   +    =  - 

 6.10 a 6.20                                                                                                              ++  +   =  - 

 6.20 a 6.30                                                                                                              ++  +   =  - 

 6.30 a 6.40                                                                                                              ++  +   =  - 

 6.40 a 6.50                                                                                                              ++  +   =  - 

 6.50 a 7.00                                                                                                              ++  +   =  - 

 

Ejemplo de autorregistro del tiempo de estudio

 

Esta última modalidad aludida, el autoinforme en una situación natural, constituye el procedimiento denominado autorregistro, que Avia (1981; pág. 269) define como “un doble proceso consistente, por un lado, en atender deliberadamente a la propia conducta (generalmente en el momento de producirse ésta) y, por otro, en registrarla mediante algún procedimiento establecido”, siempre a partir de una serie de pautas en las que se orienta al sujeto acerca de los aspectos concretos en los que ha de centrar su atención, ya que de otro modo sería demasiado difícil de producir. Aunque es posible realizar este tipo de registros por medio de aparatos mecánicos o electrónicos, como contadores de respuesta o dispositivos de tiempo (Cimimero, Nelson y Lipinski, 1977), en la evaluación psicopedagógica lo más usual son los autorregistros de lápiz y papel.

En cualquier caso, a la hora de emplear los autorregistros deberíamos tener en cuenta que se trata de un procedimiento cuya precisión y validez depende estrechamente de una serie de factores (Puente, Labrador y Arce, 1993:149):

· El entrenamiento del sujeto en el uso de la técnica.

· Administración de refuerzo externo contingente a la observación precisa.

· La naturaleza del tipo de contenido a observar.

· La complejidad del tipo de registro.

· El programa de registro elegido.

· La duración del autorregistro.

· La presencia simultánea de otras tareas que realizar.

· La presencia simultánea de un observador independiente.

 

2. LA ENTREVISTA.

Evidentemente, procedimientos como los descritos hasta ahora aportan un conjunto de datos muy amplios y diversos, pero éstos a menudo requieren ser explorados de manera más intensiva, siendo en este sentido en el que, en nuestra opinión, mayor utilidad reviste la entrevista, un tipo de procedimiento que se basa en la idea de que las personas somos capaces de ofrecer una explicación de nuestra conducta, y que puede adoptar diversas modalidades, desde la conversación más o menos informal hasta la conversación semi-estructurada, la entrevista formal y la entrevista en profundidad.  Sin embargo, no toda conversación puede considerarse como entrevista, pues, como señala Silva (1992:255), “para hablar de entrevista se requiere: una relación entre dos o más personas; una vía de comunicación simbólica bidireccional, preferentemente oral; unos objetivos prefijados y conocidos, al menos, por el entrevistador; una asignación de roles que significa, al menos idealmente, un control de la situación por parte del entrevistador. Fijación de objetivos y control son los fundamentos para que se hable, en la entrevista, de una relación interpersonal asimétrica”.

2.1. LA ENTREVISTA EN PROFUNDIDAD. Este último comentario de Silva, sin embargo, dejaría fuera del campo de la entrevista la denominada “entrevista en profundidad”, que Taylor y Bodgan (1986) definen como una serie de encuentros reiterados cara a cara entre el entrevistador y el informante, que tienen como finalidad llegar a comprender la perspectiva que éste tiene respecto a sus experiencias o situación, siguiendo el modelo de una conversación entre iguales, lo que no quiere decir, evidentemente, que se trate de una conversación informal, aun cuando para autores como Goetz y LeCompte (1988) sería más apropiado referirse a ella como una “entrevista conversacional” para distinguirla de las tradicionales entrevistas clínicas y/o de investigación, más cercanas al concepto expresado en el párrafo anterior.

Sin embargo, la entrevista en profundidad no es una conversación meramente informal, sin más, sino que precisa de una serie de rasgos característicos para ser considerada como tal, comenzando por el carácter intencional ya aludido, inexcusable para poder hablar de entrevista: el entrevistador llega a la entrevista con un propósito concreto y, además, trata de hacerlo explícito al entrevistado, con independencia de que pueda introducir y abordar diversos temas en el transcurso de la interacción para lograr un clima cálido y de confianza.

Como señala Spradley (1979; citado por Rodríguez y otros, 1996), ese interés expreso por hacer al entrevistado partícipe de los objetivos, del propósito del entrevistador es, además, uno de los rasgos propios y diferenciadores de la entrevista en profundidad para muchos autores: “Desde nuestro punto de vista, deben ofrecerse explicaciones sobre la finalidad y orientación general del estudio que pretendemos realizar” (pág. 169).

En cualquier caso, el rasgo más definitorio de este procedimiento es su finalidad de facilitar la comprensión de los significados que el entrevistado atribuye a los diferentes elementos de su contexto y situación, hacerse cargo del modo en que vivencia e interpreta su realidad (mejor dicho, hacerse cargo de cómo concibe él esa realidad), de modo que el estilo general de la interacción debe estar libre de cualquier crítica o “traducción”, con el fin de lograr una expresión lo más personal y genuina por parte del entrevistado. Así, algunas cuestiones básicas a tener en cuenta en el desarrollo de la entrevista serían las siguientes (Rodríguez y otros, 1996):

- Relación entrevistador-entrevistado: Dada la naturaleza y objetivos de la entrevista en profundidad, para llevarla a buen puerto es necesario que la relación entre entrevistador y entrevistado sea de confianza mutua, de manera que el primero debe dar al entrevistado absolutas garantías de que sus informaciones no se emplearán para nada que no sea aceptado por él o ella y que la síntesis que se elabore podrá revisarla para estar seguro de que responde a lo que ha querido transmitir. Sin embargo, con esto no es suficiente, ya que la confianza depende en gran medida del clima afectivo que se genere a lo largo de las conversaciones, que debe ser relajado y caracterizado por la empatía: el entrevistador debe ser capaz de ponerse en el lugar del entrevistador y evitar cualquier clase de juicio valorativo, así como mantener una actitud de escucha activa e interesada. Desde nuestro punto de vista, ello supone –desde el punto de vista “técnico”- el recurso a las estrategias de entrevista características de la psicología rogeriana.

- Comienzo de la entrevista: Como en cualquier otro tipo de entrevista, en esta modalidad resulta esencial establecer desde el principio un “encuadre”  adecuado de la relación y una relación (rapport) que permita que las conversaciones discurran en el clima señalado en el párrafo anterior. Para facilitar todo ello, se deben dedicar una o más conversaciones iniciales, según sea necesario, y tratar en ellas de no plantear cuestiones ni demasiado específicas ni muy comprometidas; además de centrar todo su interés y atención en lograr establecer una relación y un marco de trabajo apropiados, el entrevistador debe inducir la aportación de descripciones amplias de la situación y de las impresiones y vivencias que ésta provoca en el entrevistado, que se irán focalizando paulatinamente mediante la demostración de interés o desinterés por los diversos temas abordados, el replanteamiento de los temas más interesantes que se hayan “apuntado” en conversaciones previas, etc.

- Situación de entrevista: A continuación, en el resto de las conversaciones que se mantengan, el entrevistador deberá profundizar en las líneas ya señaladas. Así, aun cuando se deberá tratar de profundizar en las cuestiones críticas y no hay tabú alguno a la hora de que el entrevistador pueda dejar traslucir sus propias opiniones, es fundamental que no se enjuicien las opiniones del informante y evitar cualquier afirmación categórica del tipo “las cosas son” (“a mi juicio”, “tal y como yo lo veo”, “en mi opinión”... son expresiones que debieran anteceder a cualquier expresión de las propias opiniones); y aún menos se deben enjuiciar sus motivos e intenciones al expresarse en un sentido u otro: el entrevistador debe mostrar un estilo de comunicación plenamente asertivo e interesarse en comprender lo que auténticamente se le dice, lo que implica: (a) manifestar sensibilidad e interés por la dimensión afectiva de los problemas tratados, y (b) tratar de volver sobre los temas que se hayan apuntado, con el fin de confirmar sus impresiones sobre lo que opina el entrevistado y de profundizar en ellas.

- Cuestiones a abordar: Teniendo en cuenta esta serie de recomendaciones procedimentales y “de estilo” en la entrevista, a lo largo de las conversaciones con el informante se deberán abordar cuestiones muy diversas. Para Patton (1980), éstas pueden ser de los siguientes tipos:

·Cuestiones demográficas y biográficas, encaminadas a caracterizar a nuestro informante en aquellas variables que consideramos relevantes (por ejemplo, si se trata de un docente, trayectoria profesional, años de permanencia en el centro, formación, etc.)

·Preguntas “sensoriales”, es decir, preguntas que inciden directamente sobre lo que el informante ve, oye, huele...

·Cuestiones relativas a la conducta del informante, con las que se pretende que describa de manera lo más precisa posible sus experiencias y comportamientos en relación con diferentes temas de interés (por ejemplo, describir una sesión de trabajo típica en clase, el modo en que suele reaccionar cuando percibe que un alumno se está “perdiendo”, etc.).

·Cuestiones relativas a los sentimientos que experimenta y ha experimentado en relación con el tema que nos ocupa en la entrevista u otros relacionados con él.

·Cuestiones “de conocimiento”, interesadas en poner de relieve la información de que dispone el entrevistado en relación con los temas de interés en la entrevista.

·Cuestiones, finalmente, de opinión o valoración, que buscan acceder a la interpretación y valoración que el entrevistado mantiene sobre un tema dado y que, como es obvio, deben relacionarse con sus concepciones sobre el tema tratado, sus objetivos, valores, etc.

En la medida de lo posible, si contamos con la aquiescencia del entrevistado y podemos garantizar la absoluta confidencialidad de la información, las entrevistas que se mantengan deberían ser grabadas mediante medios mecánicos, para poder volver a ellas con tranquilidad y con toda nuestra atención disponible para analizar los contenidos, sin tener que estar pendiente de la interacción con el entrevistado.

 

2.2. LA ENTREVISTA “FORMAL”. En el extremo opuesto a la entrevista en profundidad, las entrevistas denominadas a veces “formales” vienen a ser conversaciones altamente estructuradas y muy dirigidas por el entrevistador, en las que se pretende obtener de manera rápida y precisa una serie de datos sumamente específicos y predeterminados; a menudo, especificados en un protocolo estandarizado, por lo que vienen a ser el equivalente, entre los diversos tipos de entrevista, a la observación según un sistema de categorías, o más exactamente como un cuestionario oralmente administrado.

La entrevista formalizada se realiza sobre la base de un formulario previamente preparado, donde se anotan las respuestas, a veces de manera textual y en otros casos de forma codificada. Formulario que supone una traducción (concreción) de los supuestos teóricos de los que parte el evaluador para explicar una determinada realidad o fenómeno.

Este tipo de entrevista ha de tener siempre una perspectiva exploratoria del problema a evaluar ya que como señala Gª Jiménez  y Gª Vidal (1995:25), "con ellas lo que se persigue sondear opiniones, no tratar cuestiones que exijan una profunda reflexión de los entrevistados". Por tanto resultan muy útiles cuando se trata de entrevistar a varios sujetos sobre la misma cuestión.

2.2.1. LA PREPARACIÓN DE LAS ENTREVISTAS. En la preparación del "cuestionario" sobre el que el entrevistador recoge las respuestas es necesario tener en cuenta los siguientes aspectos  (Gª Jiménez  y Gª Vidal, 1995:26 y ss):

- El marco conceptual de partida, debiéndose prestar atención tanto a los conceptos que utilizamos como a las relaciones de yuxtaposición y jerarquía que se establece entre dichos conceptos (supraordenación, coordinación o subordinación).

- La forma, que podrán adoptar la forma de preguntas abiertas, preguntas dicotómicas (se le pide al sujeto que se pronuncie sobre algo) y preguntas de elección (que exigen respuestas en abanico o de estimación).

- El contenido, aunque existen diferentes clasificaciones, Patton (1983) diferencia entre preguntas biográficas, sensoriales, experienciales o de conducta, sobre sentimientos, de conocimientos y de opinión/valor.

- La elección, que debe estar condicionada por diversos factores como son: la información que se quiere obtener, nivel socio-cultural de los entrevis-tados,...

- El estilo, aunque el estilo de las preguntas está condicionado por múltiples factores, podemos resumir diciendo que deben ser sencillas, claras, concisas, unívocas y no sugerir las respuestas.

Además de los aspectos anteriores será necesario tener en cuenta el número de preguntas (que dependerá del interés/desinterés que tiene la propia entrevista), la presentación del entrevistador (que debe realizarse antes de comenzar la propia entrevista) y la fecha y lugar de la misma (que deberán ser oportunos).

2.2.2. DESARROLLO DE LA ENTREVISTA. Podemos  identificar con Ander-Egg (1980) una serie de factores que pueden alterar el desarrollo de la entrevista estructurada, como son:

- El contacto inicial, que debe favorecer la creación de una atmósfera agradable y de confianza.

- La formulación de las preguntas debería realizarse con un tono y estilo conversacional, evitando en todo momento la "lectura" de las preguntas y el "interrogatorio", al tiempo que ayudamos a mantener la comunicación con expresiones adecuadas ("eso es...", "claro", "Veamos ahora...", etc.).

- Completar y obtener respuestas, cuando se trata de completar una respuesta incompleta es necesario no sugerir las respuestas mediante expresiones como "¿No cree usted que...?" debiéndose utilizar siempre expresiones más neutrales como "¿Podría poner un ejemplo?", "¿Cuál es su idea sobre este punto?". Asimismo, cuando el entrevistado  dice "no sé" que indica pocas ganas de contestar, el entrevistador debería adoptar una posición motivadora pero sin llegar a inducir la respuesta (Ander-Egg, 1980:182).

- Registrar las respuestas, las respuestas pueden recogerse durante, y/o al finalizar la entrevista, siendo recomendable hacerlo durante, ello no debería hacernos aparecer "obsesionados" por recoger todo lo que el sujeto señala o dice, sino anotar con palabras-clave que oriente su completación al finalizar la entrevista.

- Siempre debe finalizar la entrevista de manera cordial, dejando abierta la posibilidad de continuar los contactos, en los casos en que sea necesario, con frases como "¿Qué le parece si seguimos hablando de esto la semana que viene?" (Ander-Egg, 1980:183).

2.2.3. ANÁLISIS E INTERPRETACIÓN DE LOS RESULTADOS DE LA ENTREVISTA. El análisis de las respuestas no difiere del que se lleva a cabo con los datos de otro tipo de observaciones desde sistemas categoriales o descriptivos:

a) Una reducción/codificación de las respuestas;

b) Un análisis  que determine la forma, posición, dispersión y relaciones a partir del marco conceptual de partida;

c) Contraste de los supuestos o hipótesis de partida en función de las respuestas obtenidas.

Pese a la gran importancia de la entrevista como procedimiento en la evaluación psicopedagógica (García Marcos, 1983, la considera un instrumento que debiera preceder siempre a cualquier toma de decisiones), lo cierto es que, como cualquier otro procedimiento de obtención de datos, presenta no sólo ventajas, sino también limitaciones, que deberíamos tratar de minimizar, en parte recurriendo sólo a ella como parte de un plan de obtención de datos más amplio y en parte tomando algunas medidas para, cuando la usemos, incrementar su utilidad y minimizar sus problemas.

En este sentido, tras revisar buena parte de la bibliografía más relevante a este respecto, Silva (1992:270-271) aporta las siguientes recomendaciones:

- Para incrementar la objetividad de los datos recabados:

· Máxima estructuración de preguntas y respuestas

· Uso de categorías de registro claramente definidas

· Ordenación de las respuestas en esquemas o pautas

· Unidad de perspectiva de juicio entre los diversos entrevistadores

· Entrenamiento previo del entrevistador en el registro y tabulación de la información.

- Para aumentar la fiabilidad de los datos:

· Estimación de las bases motivacionales de la respuesta

· Utilización de “racimos” de preguntas, más que preguntas aisladas

· Especificación temporal clara de las preguntas

· Preguntar por acontecimientos objetivos o indicadores observables de la conducta.

· Facilitar al entrevistado la posibilidad de contrastar la adecuación de sus respuestas.

- Para incrementar la validez de la información recabada:

· Dar instrucciones y aclaraciones que sitúen al entrevistado en los diversos temas abordados.

· Utilizar un lenguaje comprensible y transparente

· Facilitar diversas alternativas de respuesta.

· Usar preguntas relacionadas con acontecimientos o intervalos temporales concretos.

· Usar estrategias para detectar y neutralizar tendencias de respuesta, más que respuestas aisladas.

· Usar preferentemente indicadores observables.

· Asegurar la confidencialidad de la información desde el principio.

· Buscar el contraste de la información mediante otras fuentes.

· Evitar sugerir directa o indirectamente al entrevistado.

En la misma línea, Silva (op.cit.) recomienda el empleo de estrategias de entrevista como pedir al entrevistado la descripción de un día concreto o un acontecimiento concreto recientes, la utilización de hojas cronológicas previamente elaboradas para guiar la conversación y registrar la información, proporcionar al entrevistado información de acontecimientos pasados para que los reconozca, la contrastación continua entre la información verbal y no verbal durante la entrevista o reservar de antemano un tiempo para, al terminar una entrevista, discutir abiertamente con el entrevistado posibles vacíos de la información recogida, inconsistencias, etc.

2.3. OTROS TIPOS DE ENTREVISTAS. Evidentemente, procedimientos como los descritos hasta ahora aportan un conjunto de datos muy amplios y diversos que, a menudo, requieren ser explorados de manera más intensiva. En este sentido es en el que, en nuestra opinión, revisten una máxima utilidad otras modalidades de entrevista diferentes a la ya comentada, tanto formales como informales (FDEZ-SIERRA y SANTOS, 1992):

 

                            Estructuradas                                           A profesionales

                                                                  Individuales        A usuarios

                                                                                               A familiares

 FORMALES     Semi-estruct.                                           

 

                                                                  Colectivas           Interestamentales

                            Abiertas                                                    pro criterios

 

                            Estructuradas                                           A profesionales

                                                                  Individuales        A usuarios

                                                                                               A familiares

 INFORMALES Semi-estruct.                                           

 

                                                                  Colectivas           Interestamentales

                            Abiertas                                                    por criterios

 

 

 

 


3. CUESTIONARIOS, INVENTARIOS Y ESCALAS.

Aunque merecen un tratamiento diferenciado, los cuestionarios de evaluación pueden ser considerados como una especie de entrevista formalizada que, sin duda, presenta notables ventajas en cuanto a su administración y a la cantidad de información que nos proporciona, pero que tiene el grave inconveniente de que, como toda entrevista, precisa de una disposición favorable del entrevistado que no se puede lograr mediante la interacción directa, de modo que si queremos garantizar su solidez, su utilización debería planificarse cuidadosamente y en un plan global de recogida de datos en la que también pueden jugar un papel importante los inventarios, que son a la observación lo que los cuestionarios son a la entrevista.

 

3.1. CUESTIONARIOS E INVENTARIOS. Aunque la observación y la entrevista, tal y como han sido descritas en los apartados precedentes, constituyen los medios básicos de acceso al tipo de información referida en cada caso, lo cierto es que son procedimientos costosos en tiempo y esfuerzo, por lo que desde muy temprano en la historia de la evaluación psicológica y pedagógica se desarrollaron métodos alternativos para la recopilación rápida de este tipo de datos, como son los cuestionarios e inventarios.

Algunos autores consideran todos estos tipos de instrumentos de evaluación como formas particulares de auto-informes, como es el caso de Fernández Ballesteros (1992:239): “Cuando una serie de auto-informes estructurados aparecen recopilados o integrados en un listado, suelen adoptar el nombre de cuestionario o inventario (también denominado repertorio, listado o escala)”. Sin embargo, no parece que esta consideración sea aplicable a todo tipo de cuestionarios e inventarios, ya que supone entender que las cuestiones que se plantean en este tipo de instrumentos son siempre, e indefectiblemente, asuntos relativos al mundo interno del sujeto, cuando son muchos los casos en que lo que se trata de explorar con ellos son comportamientos externos ajenos, que el sujeto al que se pide cumplimentar el formulario ha tenido la ocasión de poder observar de manera incidental o reiterada.

Así, pues, creemos más justo definir los cuestionarios e inventarios como formularios en los que se pide a un individuo dar cuenta ya sea de contenidos mentales de su mundo interno o de acontecimientos externos que ha observado, de manera que en función de la orientación concreta que presente un ins-trumento dado se le podría considerar como una forma de observación externa, de autoobservación o, incluso, de entrevista. En cualquier caso, lo que sí los define de manera concluyente es su carácter al menos parcialmente estructurado: “Todos ellos conllevan un formulario de preguntas o aseveraciones ante las cuales el sujeto debe responder bien según una alternativa dicotómica, bien anotando su grado de conformidad según una escala ordinal o de intervalos, bien eligiendo u ordenando los elementos según sus preferencias” (íbid).

Junto a este carácter estructurado (o semiestructurado), cuestionarios e inventarios comparten también el ser medios de obtención de datos en los que no hay una relación directa, cara a cara, entre el evaluador y el individuo que proporciona información; incluso si se administran de forma individual, leyendo las cuestiones del formulario a éste último, no podrían hablarse en realidad de una auténtica relación cara  a cara entre examinador y encuestado, en la medida en que es el instrumento quien determina la interacción.

Finalmente debe añadirse que, dadas las características anteriores, este tipo de instrumentos admiten ser elaborados y tratados ya sea como técnicas “subjetivas” u “objetivas” de obtención de datos, en el sentido que daba Pervin (1979) a estos términos, lo que ha potenciado su uso tanto en la evaluación e investigación cuantitativas como en las cualitativas (Fox, 1980), si bien en este último caso no pueden considerarse como un procedimiento realmente “típico” y, en general, se plantean algunas exigencias previas para su uso, como son una elaboración ad hoc a partir de los esquemas de referencia teóricos y las experiencias de un colectivo dado y en relación con el contexto particular examinado, o la negociación de su contenidos, de su aplicación y de la difusión de la información que proporcionan (Rodríguez y otros, 1996).

La consecuencia de todo ello es que, bajo una denominación común, nos encontramos en realidad con instrumentos de evaluación muy diferentes entre sí en, virtualmente, cualquier dimensión diferente al formato que adopta la exploración, que es precisamente la variable que permitiría diferenciar si se trata de un cuestionario o de un inventario: mientras que lo que define al primero es que adopta el formato de una entrevista estructurada, de una encuesta, en la que se formulan diversas preguntas concretas a una persona, ya sea acerca de sí mismo o de un objeto distinto, los inventarios se caracterizan por ser listas más o menos extensas de ítems descriptivos (por lo general, descripciones de conductas) que tratan de chequear de manera exhaustiva un dominio determinado.

Así, una de las formas que más habitualmente adoptan los inventarios es la de listas de control (check list) de extensión variable con las que se trata de verificar la simple presencia o ausencia de determinadas características en una situación, objeto o sujeto (incluido uno mismo), de acuerdo con la observación de quien cumplimenta el formulario, de modo que podrían considerarse en ciertos casos como una especie de observación estructurada retrospectiva y, en otros, como una guía para la observación sistemática del informante.

En general, tanto en este tipo de inventarios como los cuestionarios elaborados desde una perspectiva cuantitativa, los ítems que los componen suelen estar definidos de manera operacional o, al menos, objetiva, al perse-guirse objetivos como los siguientes:

(a) En ciertos casos se trata de obtener con ellos mediciones de un mismo objeto de examen a partir de diversos informadores, como cuando se encuesta al conjunto del profesorado de un Centro y a muestras más o menos importantes del alumnado y de las madres y padres para conocer cómo se distribuyen sus opiniones en relación con determinados temas de interés.

(b) En otros, se busca examinar de forma normativa el objeto eva-luado, de modo que el emplear un instrumento objetivo, cuantificable, se puede contar con baremos para ello, como cuando nos interesamos en determinar el nivel relativo de dotación de recursos de un centro escolar a partir de un inventario o como cuando pretendemos conocer las actitudes de una comunidad escolar determinada frente a la integración de alumnos con n.e.e. asociadas a discapacidad mediante un cuestionario estándar.

(c) Finalmente, en la tradición conductual se han empleado con profusión los inventarios que tratan de establecer el repertorio conductual de partida de un individuo con respecto a un determinado dominio como, por ejemplo, el currículo matemático de la Primaria.

Desde luego, como cabía esperar, este tipo de cuestionarios e inventarios han sido fuertemente criticados desde posiciones cualitativas, en la medida en que el adoptar un enfoque objetivo en la redacción, valoración y tratamiento de los ítems no garantiza en absoluto que sean instrumentos neutros, pues es evidente que “la forma que adopta un cuestionario debe entenderse como una traducción o concreción de los supuestos, creencias o modelos de partida utilizados para explicar una determinada realidad” (Rodríguez y otros, 1996:186); sin embargo, no parece que esta crítica tenga demasiado interés ni fundamento, pues tal afirmación es aplicable a cualquier instrumento de evaluación, sea el que sea: el problema vendrá en la medida en que o se trate de utilizar la información que ofrecen sin tener en cuenta sus limitaciones, o los instrumentos carezcan del necesario rigor científico... Lo que es predicable para cualquier instrumento de obtención de datos, sea cualitativo o cuantitativo, como veremos en un momento.

En relación con esta cuestión, debe tenerse en cuenta que el empleo de cuestionarios e inventarios en la evaluación debería ser siempre sólo una parte del proceso, esto es, que siempre se debería tratar de obtener información sobre las variables examinadas con este tipo de instrumentos por otros medios diferentes, ya sea directos o indirectos, ya que por su propia naturaleza se trata de procedimientos muy susceptibles de distorsión, tanto voluntaria como involuntaria.

En relación con las distorsiones voluntarias, parece claro que la mejor manera de disminuirlas (que no de eliminarlas) es no emplear nunca un cuestionario o inventario sin haber explicado (negociado incluso) previamente los motivos de esta elección y haber informado a los potenciales informantes de su naturaleza y características, tratando de asegurar que el instrumento sea percibido como algo relevante y apropiado a los fines de la evaluación (esto es, para la mejora de la situación problemática que ha suscitado la intervención psicopedagógica).

Por lo que se refiere a las distorsiones involuntarias, se podrán controlar en la medida en que nos aseguremos de que los instrumentos empleados cumplen con una serie de requisitos (Fox, 1980; Ander-Egg, 1980; Fdez. Ballesteros, 1992; Rodríguez y otros, 1996):

· Que el instrumento no requiera demasiado tiempo para ser cumplimentado.

· Que el mecanismo de respuesta sea simple.

· Que incluya sólo ítems relevantes y “elocuentes”, es decir, cuyo trasfondo sea directamente apreciable por el informante.

· Que los formatos de respuesta sean coherentes con el tipo de codificación que se hará de ellas.

· Que los ítems sean sencillos y claros desde el punto de vista lingüístico.

· Que las cuestiones y formatos de cumplimentación no induzcan a error.

· Que en cada ítem se aborde sólo una cuestión simple.

· Que la redacción no sugiera respuesta alguna.

· Que se prevea la posibilidad de no haber incluido en los ítems todas las opciones posibles y, en consecuencia, se dejen espacios para esta eventua-lidad (preguntas abiertas, espacio para “Observaciones” del informante, ítems de tipo “Otros” si se trata de elegir entre opciones...).

3.2. ESCALAS DE EVALUACIÓN. Además de otros formatos, como las citadas listas de control, tanto los cuestionarios como los inventarios de evaluación pueden adoptar la forma de una escala, es decir, pueden estar elaborados con el fin de situar una serie de objetos, sujetos (o ambos) en un eje ordenado, en función de las respuestas del sujeto o sujetos que responden a ellas.

En general, pues, lo que caracteriza primariamente a una escala de evaluación no es ni el objeto de la evaluación ni el modo el modo en que los ítems se formulan, sino el hecho de que se ha elaborado con el objetivo funda-mental de que los sujetos ordenen determinado objeto (cualquier cosa, incluidas otras personas) en un eje graduado de valores o se sitúen ellos mismos en un eje de esa misma naturaleza (Arce, 1994).

Por ejemplo, el método de las comparaciones binarias de Thurstone (1927) es un método de escalamiento de las preferencias subjetivas con respecto a un determinado “objeto” (por ejemplo, actividades en las que ocupar el tiempo libre), en el que dichas preferencias se obtienen de forma in-directa, no preguntando directamente al sujeto, sino pidiéndole que compare dos a dos los objetos a escalar y que elija en cada comparación uno de ellos.

Ello permite obtener una escala de intervalos, de modo que no sólo podemos concluir cuál es el orden de preferencias, sino también estimar la distancia relativa existente entre los diversos objetos escalados. Posiblemente, sus aplicaciones más conocidas sean las realizadas en el ámbito de la evaluación de la conducta vocacional.

Son también de amplia difusión los instrumentos basados en el método de Likert (1932), quien desarrolló un procedimiento no para situar objetos en una escala, sino para situar a quien responde a los ítems en una escala a partir de sus respuestas expresando el grado de acuerdo/desacuerdo con respecto a ciertos enunciados que representan la variable objeto de interés: si redactamos, por ejemplo, una lista de 25 enunciados que describan conductas, senti-mientos y pensamientos  que expresen “motivación hacia las matemáticas”, podemos pedir a nuestros estudiantes que indiquen con respecto a cada una de ellas si están “Muy de acuerdo”, “Bastante de acuerdo”, “Ni de acuerdo ni en desacuerdo”, “Bastante en desacuerdo” o “Muy en desacuerdo”, de modo que asignando a cada categoría una puntuación (de 5 a 1, respectivamente) podremos al final situar a cada uno de ellos es una escala de motivación hacia las matemáticas.  

Un procedimiento similar, pero no idéntico pese a las apariencias, son las escalas “de diferencial semántico” (Osgood, 1952), en las que se pide al sujeto que se sitúe con respecto a diversos conceptos eligiendo una opción dentro de un continuo graduado. Por ejemplo, siguiendo con el tema del ejemplo anterior, podríamos tratar de aproximarnos a la motivación del alumno hacia las matemáticas pidiéndole que cumplimentase un formulario con el siguiente formato:

Como en las escalas de tipo Likert, podríamos asignar una puntuación dada a cada opción de respuesta (por ejemplo, de 1 a 7 siguiendo las casillas de izquierda a derecha) y obtener mediante una simple suma y comparando las respuestas de cada sujeto con las de otros su posición en una hipotética escala de Motivación hacia las Matemáticas.

No obstante, cuando se ha aplicado este tipo de instrumentos es fácil observar que, a menudo, muchos sujetos encuestados muestran una acusada tendencia a reiterar sus respuestas sobre la zona media de la escala, lo que empobrece enormemente su información (además de poner en riesgo su utilidad), de modo que Stephenson (1953) ideó un sistema similar de encuesta, la técnica Q de clasificación, en el que el sujeto está obligado a distribuir sus respuestas entre todos los valores posibles de escala, y está obligado a hacerlo siguiendo unas instrucciones precisas: en cada opción habrá de situar un número predeterminado de respuestas.

Volviendo una vez más al tema de los ejemplos anteriores, podríamos redactar un total de 50 ítems e indicar a nuestros sujetos que escalen cada uno de ellos según los criterios (1) “Totalmente de acuerdo”, (2) “Muy de acuerdo”, (3) “Parcialmente de acuerdo”, (4) “Indiferente”, (5) “Parcialmente en desacuerdo”, (6) “Muy en desacuerdo” y (7) “Totalmente en desacuerdo”, pero con la condición de que deben situar 4 ítems en la categoría 1 y en la 7, 6 ítems en la categoría 2 y en la 6, 9 ítems en la categoría 3 y en la 5 y 12 ítems en la categoría 4.

Para terminar este breve comentario sobre las escalas de evaluación señalaremos, simplemente, que la elección entre las diversas opciones disponibles es una cuestión importante en la planificación del proceso evaluativo y no debería realizarse “echando mano”, sin más, del primer instrumento a nuestro alcance: cada tipo de escala tiene sus ventajas e inconvenientes y es el análisis de éstos el que debería guiar nuestra elección. Es más, teniendo en cuenta las actuales posibilidades de cálculo que nos ofrecen los ordenadores personales no sería descabellado pensar en elaborar nuestras propias escalas de evaluación para determinados objetivos.

En este sentido, como nos recuerda Miguel-Tobal (1993), en la construcción de escalas podemos seguir tanto una estrategia “racional” (los ítems se generan a partir de un análisis teórico del dominio que pretendemos evaluar), como una estrategia “empírica” (seleccionamos los ítems tras haber sometido a un contraste empírico la lista inicialmente elaborada según criterios racionales) o una estrategia “factorial” (esto es, los ítems se seleccionan tras realizar un análisis estadístico que nos permita no sólo descartar los menos discriminativos, sino también agrupar los ítems en factores).

 

 

4. OTROS PROCEDIMIENTOS DE EVALUACIÓN.

A lo largo de las páginas anteriores hemos analizado la mayor parte de  los procedimientos que se usan en la evaluación psicopedagógica, sin embargo existen algunos procedimientos, que sin constituir un grupo compacto, si conviene analizar brevemente: el análisis documental y el análisis de las producciones escolares.

 

4.1. ANÁLISIS DOCUMENTAL. De una parte, estaría el analisis documental, de amplio uso en la investigación en Ciencias Sociales,  que en la evaluación psicopedagógica parece un recurso escasamente utilizado, aunque realmente insustituible, en nuestra opinión, para una adecuada valoración del “contexto escolar” en el que se llevan a cabo los procesos de enseñanza-aprendizaje formales y el rendimiento escolar de un alumno o alumna.

Cuando se valora el contexto escolar,  resulta de una especial importancia recurrir a la documentación institucional elaborada en cada contexto escolar, ya que como señalan Fdez.-Sierra y Santos (1992:35): «El análisis de la producción escrita  de un equipo de profesionales pone al descubierto el flujo de ideas, la originalidad de las planificaciones, las preocupaciones explícitas e implícitas en la praxis diaria, el enfoque ideológico de las intervenciones, el estatus de los componentes, etc.» (Fdez.-Sierra y Santos, 1992:35).

Evidentemente, este análisis no se refiere sólo al análisis de contenidos de tales documentos, sino también a aspectos como su producción, autoría, difusión, utilización que las diferentes personas hacen de ellos, ... En definitiva, a su papel real en el contexto específico de la escuela.

De esta manera, cuando se analizan los planes a medio y largo plazo que se establecen en cualquier institución educativa, es decir el Proyecto Educativo, el Proyecto Curricular, el Reglamento de Organización y Funcionamiento y cualquier otro documento que refleje este nivel de la organización educativa, es preciso prestar especial atención a los siguientes aspectos:

- Características.

- Revisiones que se realizan.

- Grado de participación de la comunidad educativa.

- Incidencia en las prácticas educativas.

Para la recogida de este tipo de información conviene disponer de un cuestionario (como el que aportamos en el capítulo siguiente) que nos ayude a sistematizarla.

El segundo nivel que interesa analizar de la documentación institucional es la referente a los planes a corto plazo que se establecen en esa institución, sobre todo, la Programación de Aula. Los aspectos que deberán ser objeto de interés por parte del evaluador son, al menos, los siguientes:

- Principios inspiradores y modelo de enseñanza implícito

- Metodología adoptada.

- Estrategia docente.

- Actividades educativas.

- Organización del tiempo, espacio y grupos.

- Materiales didácticos utilizados.

- Papel asignado al profesor.

- Papel asignado al alumno.

- Incidencia en las prácticas didácticas.

Una cuestión de especial relevancia cuando se analizan documentos institucionales es confrontar lo que se dice en los mismos con las prácticas educativas que son usuales en ese contexto, ya que en bastantes casos este tipo de documentación es poco más que "papel mojado" para muchos profesionales de la enseñanza, llegando incluso a desconocerse lo que se dice en esos documentos definidores de la institución y de los procesos de enseñanza-aprendizaje.

 

4.2. ANÁLISIS DE LAS PRODUCCIONES ESCOLARES. Y de otra parte, se encontraría el análisis de los productos escolares, que si bien, como procedimiento de evaluación no ha suscitado grandes investigaciones, para la mayoría de los orientadores experimentados constituye un recurso casi imprescindible cuando se trata de la evaluación psicopedagógica, ya que es de un gran valor, sobre todo cuando se trata de recoger información sobre los diferentes aspectos de la competencia curricular.

El análisis de los productos escolares (especialmente los cuadernos esco-lares) nos pueden proporcionar no sólo datos relativos a la situación actual, sino que probablemente sean los únicos que puedan proporcionarnos información fidedigna de la evolución de determinados aprendizajes escolares como son la escritura (proporcionándonos información tanto de la grafía, de la ortografía y la composición o redacción), la comprensión lectora (especialmente de sus productos: resúmenes, esquemas, etc.), numeración, cálculo escrito, resolución de problemas.

Para un adecuado análisis de las producciones escolares, resulta conveniente disponer de un cuestionario que nos sirva para "registrar"  los datos del aprendizaje que nos interese en cada momento, como el registro de referido a la escritura que incluimos en el capítulo siguiente referido a nuestro modelo de evaluación.

 

BIBLIOGRAFÍA: aparece en el tema 1

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