TÉCNICAS E
INSTRUMENTOS DE
DIAGNÓSTICO
TEMA 1:
ORIENTACIÓN Y DIAGNÓSTICO
Profesor: JESÚS GARCÍA VIDAL
0. INTRODUCCIÓN.
Partiendo
como lo hemos hecho en el contexto disciplinar, de entender que la actividad
diagnóstica se enmarca como una parte de la orientación educativa o intervención
psicopedagógica, como su primera fase, y que es “la madre” de los ajustes que se realizan en el currículum, parece lógico que la primera unidad de trabajo de
nuestro proyecto docente tenga que ver con la intervención psicopedagógica y
con el propio currículum como tal.
Nuestro poco
interés por el debate terminológico y conceptualista en el diagnóstico al que
hemos hecho mención en el análisis del contexto conceptual, se vuelve intenso
cuando tratamos los contenidos que, como éstos, hacen diferentes a un
diagnóstico de otro, o una evaluación si se prefiere. Y es que nosotros
entendemos que el diferencial entre unos psicopedagogos y otros va a estar en
cómo se respondan a una serie de interrogantes, como los siguientes:
¿Qué rol
tiene el diagnóstico o evaluación psicopedagógica en el proceso de orientación o intervención psicopedagógica?
¿Qué
principios, vertientes y niveles se tienen en cuenta en la intervención
psicopedagógica orientan a la actividad orientadora, y por ello al diagnóstico?
1.
ORIENTACIÓN
EDUCATIVA E INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA
“La misma categorización de las funciones
de la intervención psicopedagógica en
dos grandes bloques, de carácter
asistencial en un caso la atención a
casos individuales y de carácter preventivo, institucional y
global en el otro - innovación educativa, mejora de la calidad de la enseñanza,
actuaciones en el ámbito comunitario- (...) conduce con excesiva frecuencia y
bajo la presión de las numerosas demandas del primer tipo, a
arrinconar la intervención
psicopedagógica a un espacio correctivo con una escasa capacidad transformadora del
sistema educativo(...) Esta contraposición es, hasta cierto punto, ficticia o,
como mínimo, innecesaria”; C. Coll (prólogo a E. Bassédas y Otros).
Como muy
certeramente señala Coll,
la categorización de funciones dominante en nuestra actual práctica psicopedagógica parece encubrir una dicotomía “ficticia o, como mínimo, innecesaria”
del ámbito correctivo-terapéutico que cualquier modelo de intervención
psicopedagógica ha de tener (léase: aulas de educación especial, refuerzo
pedagógico individual o grupal, tratamientos individualizados, etc.) con el ámbito preventivo-institucional
(léase: programas de estimulación precoz, de prevención de dificultades de
aprendizaje de las técnicas básicas, de desarrollo de estrategias de
aprendizaje, de Técnicas de Trabajo Intelectual, etc.), entre cuyas razones no
es la de menor peso la ausencia de modelos
que clarifiquen y hagan operativa, al menos dos cuestiones fundamentales: el sentido y finalidad del diagnóstico en
el contexto escolar, considerada en sí mismo, y el sentido, finalidad, estructura y organización de la intervención
psicopedagógica misma, considerada en cuanto contexto funcional inmediato de aquélla.
Si el conjunto de contenidos de nuestro proyecto
docente se dirige a la primera de ambas cuestiones, no estará de más dedicar
esta primera unidad a tratar de bosquejar, de una manera necesariamente breve,
el modelo de Orientación Educativa y de Intervención Psicopedagógica del que
partimos en nuestra propuesta
y desde el que cobra sentido cuanto
se afirmará a lo largo de las siguientes páginas. Una unidad como ésta
resulta imprescindible ya que es como nuestro "carnet de identidad"
haciendo explícitos de esta manera nuestro punto de partida (marco conceptual)
y nuestros objetivos, porque como dice Gordillo (1988:75), todo orientador
funciona con una "teoría" implícita de la orientación que refleja su
concepto de hombre, los objetivos y las metas que persigue. No expresarlos
hubiera sido una traición a nuestro propio trabajo que pretende ser ante todo
didáctico, ya que obligaríamos a los lectores y lectoras a leer entre líneas.
Si
la necesidad de "identificarnos"
es la primera razón de la existencia de esta unidad, la segunda es la estructura de nuestro proyecto docente, en
la que cada unidad pretende tener una coherencia, lo que hacía absolutamente
imprescindible el planteamiento de este unidad en la que intentamos, además de
introducir conceptualmente al lector en el tema, bosquejar algunas cuestiones
que se encuentran en las bases de nuestra propuesta como pueden ser los
objetivos, principios, etc., que evidentemente no son propios de la actividad
diagnóstica sino de nuestra consideración de la Orientación Educativa y de la
Intervención Psicopedagógica.
En el desarrollo del marco conceptual hemos partido de considerar la intervención
psicopedagógica como la actuación
de un conjunto de personas y estructuras, integradas en el propio Sistema Educativo, cuya finalidad última es facilitar la concreción
efectiva de la orientación, tanto a través del asesoramiento y apoyo
a los profesores en el desempeño
de la labor tutorial ordinaria, como a través de las tareas que
posibilitan ese “complemento, con-solidación y enriquecimiento de la acción educativa ordinaria” bien sea a través de programas institucionales de
prevención y desarrollo, como a través de medidas correctivo-terapéuticas y que
básicamente están constituidas por lo que se denomina educación de apoyo.
Tal y como afirmaba Coll en la cita anterior, la dicotomía entre un
planteamiento asistencial y un planteamiento preventivo en la intervención psicopedagógica aparece,
desde esta perspectiva, como algo
carente de sentido, pues toda intervención de este signo cobra significado sólo
en la medida en que contribuye al desarrollo efectivo de la orientación
educativa (de la educación,
en definitiva) desde un marco integrado en donde
lo asistencial y lo preventivo, lo individual y lo institucional, no
constituyen funciones diferentes, en sentido estricto, sino
dimensiones que puede adoptar cualquier intervención psicopedagógica.
Cuando contemplamos la cuestión desde esta óptica, las funciones de la intervención
psicopedagógica parece que deben ser necesariamente redefinidas atendiendo a su
objetivo general, que no puede ser otro que el de la orientación educativa, analizado desde la perspectiva de los apoyos
especializados (en todos sus ámbitos: correctivo, preventivo y desarrollo) que
su logro requiere. Consecuentemente, las
grandes funciones de esta intervención tendrán que ver con las grandes
vertientes de la orientación,
coincidentes con los tres tipos clásicos: la vertiente “escolar”, la
vertiente “personal” y la vertiente “vocacional”. Cada una de las
cuales puede ser analizada a su vez en las funciones específicas que le
pudieran corresponder, como han realizado hasta ahora muchos autores como Morril,
Oetting y Hurst, 1974, Bizquerra, 1990,
Gª Vidal y Glez. Manjón, 1998a...
1.1. Vertientes de la
Orientación Educativa.
La elección del término “vertientes”
para referirnos a los tipos clásicos de
orientación en educación no es
azarosa ni indiferente, sino que parte
de la
consideración de que, pese a los
grandes planteamientos
filosóficos en torno a este tema, la
realidad es que hablar de “tipos” de orientación ha promovido un modelo de práctica en donde
cada una de estas dimensiones se ha constituido en algo aislado, lo que no deja
de ser lo lógico en un modelo curricular academicista como el dominante en nuestra
escuela, basado en la compartimentación de los saberes y en la
preponderancia de los contenidos
“académicos”.
El hecho de hablar de “vertientes” de la orientación pretende resaltar la misma idea implícita en la determinación
de que los contenidos de la educación
escolar han de ser necesaria, y
complementariamente, de tres
tipos: conceptuales, sí, pero
también procedimentales y de desarrollo psicosocial de los
alumnos (lo que incluye los valores,
actitudes, hábitos y normas de
interacción social entre los contenidos educativos básicos). En
última instancia, se parte de una visión integrada de los
individuos y de la propia
educación, en la que la orientación juega un papel fundamental como elemento destinado, precisamente, a
favorecer ese tratamiento integrado de las diferentes facetas o
dimensiones que, sólo funcional y didácticamente, podemos distinguir en los
sujetos de la educación.
Nuestra propuesta es, por tanto, hablar de diferentes vertientes (y no
clases, categorías o tipos) de orientación
desde un punto de
vista exclusivamente funcional,
cuyo objetivo es facilitar los procesos de análisis,
planificación e intervención. Pero es también hablar sólo de dos grandes vertientes,
y no
de tres, por considerar que “lo
personal” no puede ser entendido como
algo separado del resto, ni siquiera funcionalmente. De tal manera que lo
constitutivo de "lo personal" o
bien se concreta en la vertiente
directamente relacionada con la
optimización de los procesos de enseñanza-aprendizaje de los contenidos conceptuales y procedimentales, o bien se
concreta dentro de la vertiente que atiende preferentemente a los
procesos de desarrollo psicosocial que habrán
de culminar en la integración activa del
alumno en el mundo social y laboral adulto.
En este sentido, hablaremos a continuación de las vertientes “escolar” (o académica)
de la orientación, y “vocacional” o “vocacional-profesional”, en
relación con las que denomina-remos
función de orientación escolar y función de orientación vocacional de la
intervención psicopedagógica.
1.2. Vertiente Escolar de la Orientación.
Por función escolar de la orientación entendemos, aquellas
intervenciones orientadoras que tienen
como objetivo general promoverla optimización de los procesos de enseñanza-aprendizaje, con
independencia de en qué aspectos concretos se centren (aprendizaje,
enseñanza), del ámbito de la intervención (zona, centro, aula, grupo o alumno)
y de los sujetos específicos a que se dirija (alumnos, profesores, padres...).
Tomando en cuenta el papel determinante que el modelo curricular
adoptado en cada momento en un sistema educativo, así como sus principios
generales, ejerce sobre la orientación posible
en él, entendemos que la orientación escolar en el marco curricular definido por la LOGSE encuentra su
referencia básica en el denominado principio de normalización, de acuerdo con el cual
toda la planificación y el desarrollo
de la actividad educativa han de tender a dar una
respuesta lo más “normalizada” u ordinaria posible a la diversidad de
necesidades que presentan los alumnos,
tanto en lo relativo a su capacidad de aprendizaje, como en lo referente a sus
motivaciones e intereses. La actividad orientadora aparece en este contexto
como uno de los pilares básicos destinados a dar cuenta de
este objetivo y principios
generales, siendo el objetivo
específico de la vertiente escolar: facilitar la planificación, desarrollo y evaluación de una respuesta
educativa adaptada a las pecu-liaridades de los grupos e individuos sujetos de
la educación.
La función orientadora encaminada
al logro de este objetivo
se concretará, necesariamente, en un conjunto de tareas específicas,
como la evaluación psicopedagógica,
el asesoramiento técnico a los profesores y familiares de alumnos,
etc., que habrán de incidir en ámbitos
diferentes, desde la elaboración y desarrollo del Proyecto Curricular de
Centro y propuestas curriculares individualizadas, pasando
por la elaboración y desarrollo del programa
o programas en el nivel de aula.
Puesto que la perspectiva es claramente curricular, parece claro que los “contenidos” de esta
función orientadora son coincidentes con los diferentes elementos del
currículum: qué, cómo y
cuándo enseñar y evaluar.
En lo que se refiere al sujeto de la
función escolar de la Orientación e Intervención Psicopedagógica, aunque
es un aspecto que desarrollaremos más adelante, es necesario indicar que
partimos de considerar como sujetos directos y específicos de la misma no sólo
a los alumnos considerados no de manera singular sino como elementos de un
"sistema", sino también a cualquier "unidad educativa" del
sistema escolar: zona educativa, centro, aula, y grupo de alumnos de un aula
concreta, que precise de Orientación para adecuar el proceso de
enseñanza/aprendizaje.
La función escolar de la Orientación e Intervención Psicopedagógica
tradicionalmente, y en la actualidad, ha tomado como objeto prioritario de su atención
el proceso de aprendizaje. Nosotros consideramos que es necesario producir un
viraje de 180 grados, adoptando una perspectiva no de dificultades de
aprendizaje sino de dificultades de enseñanza-aprendizaje, en el sentido que
señalan autores como Cuomo (2000:47) y Gª Vidal y Glez. Manjón (2001d:68).
1.3. Vertiente Vocacional de la Orientación.
Aunque, básicamente, la
perspectiva general de la función de
orientación vocacional es la indicada para la vertiente anterior, desde el
momento en que partimos de un modelo
curricular que incluye
explícitamente entre sus
contenidos los relativos
al desarrollo psicosocial de los
alumnos, y entre sus objetivos el
desarrollo de las capacidades que posibilitan
la integración activa de los
sujetos en el mundo social y laboral adulto,
lo cierto es que la inercia de una tradición institucional centrada en lo académico hace necesario un
“planteamiento táctico” diferente: se pretende constituir en normalidad lo que,
hoy por hoy, constituye una carencia histórica de nuestro sistema de educación, incluso del propio sistema social, tras
la desaparición de los modelos
tradicionales de socialización profesional y laboral en el tránsito vertiginoso
vivido de una cultura preindustrial a otra claramente post-industrial.
Con carácter general, podríamos afirmar que la función vocacional
de la orientación es aquélla que se
centra de modo particular en el
desarrollo de la conducta vocacional de los
individuos, con la pretensión de
promover la construcción de un “proyecto vital”, constructo que
implica la existencia de procesos
de toma de decisiones parciales, pero
concatenadas y con grados de libertad
variables, según planes estructurados de
manera coherente y realista por el sujeto, a partir del manejo de
información vocacional pertinente y de una experiencia personal más o menos
directa.
Paralelamente, el objetivo específico de la Orientación Vocacional se
concreta en promover el desarrollo y la madurez
vocacionales del alumno, a través de un conjunto de tareas tendentes a
potenciar el conocimiento de sí mismo
y del entorno socio-laboral, la instauración de procesos
“ilustrados” de toma de decisiones, el manejo eficaz de información vocacional
pertinente, etc. Al igual que en la
función anterior hablábamos del principio de normalización como guía general de
la intervención orientadora, en ésta es preciso establecer un principio general equivalente
que, en nuestra opinión, vendría a ser el de integración curricular de
las actividades de orientación vocacional.
2. PRINCIPIOS DE INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA.
Cualquier actividad humana precisa de unos
principios orientadores que indiquen, de una manera general, las
características o notas particulares de la misma que la identifiquen respecto a
otras. Esta definición de principios no es especialmente importante cuando se
trata de una actividad claramente delimitada conceptual, teórica y
prácticamente (esto es lo que suele ocurrir con la actividad educativa), ya que
sus características principales se asumen como "parte" integrante de
la actividad a que se hace referencia (así, con el triunfo de las posiciones
activistas en educación se considera una cuestión casi obvia entender la
educación como un proceso caracterizado por la actividad del alumno) y no es
este el caso de la intervención psicopedagógica, actividad en la que todavía
estamos en los primeros balbuceos delimitadores por cuestiones históricas y
estructurales de los distintos sistemas educativos, es decir, no existe un
“corpus” teórico compartido.
De cualquier
manera, consideramos que la propuesta de principios que realizamos a
continuación no tiene la pretensión de agotar el tema por muchas y variadas
razones, entre las que se encuentra nuestras propias limitaciones y, cómo no,
la concepción de que los principios de
una determinada actividad deben venir delimitados por la situación estructural
en que se desarrolla y ésta, en nuestro caso, puede ser muy cambiante.
En este
sentido, Lázaro y Asensi (1987) consideran que la Orientación Educativa
presenta las siguientes características:
a) Continuidad, en el
sentido de que la orientación no debe suponer un momento concreto de la vida
de un individuo, sino que debe considerarse siempre como un proceso continuo que abarca toda la "vida
escolar" del alumno, lo que en absoluto implica uniformidad.
b) Intensidad, con lo que
nos vienen a indicar la necesidad de que el proceso continuo, citado
anteriormente, debe poseer unos momentos críticos en los que la Orientación
debe ser especialmente intensa. Momentos críticos que ellos sitúan en:
1) Incorporación a la escuela.
2) Comienzo de la escolaridad obligatoria.
3) Superación de las técnicas instrumentales.
4) Superación de la escolaridad obligatoria.
5) Iniciación a la sistematización científica.
6) Finalización de estudios (medios o
secundarios).
7) Iniciación de la enseñanza superior.
8) Finalización o abandono de estudios
superiores.
c) Dimensión, de manera
que la Orientación debe abarcar a todas las dimensiones de la personalidad: psicológica,
educativa, vocacional, personal, etc.
d) Implicación, en el
sentido del número de elementos tan elevado que están implicados en dicha
actividad: alumno, familia, escuela y otras instituciones.
Rodríguez
Espinar (1986), propone que la orientación
psicopedagógica ha de poseer tres principios:
a) Principio
de prevención primaria, que supone evitar que algo ocurra o hacer que
disminuya el número de ocurrencias, debiéndose plantear siempre de forma
proactiva y dirigida a toda la población. Para este autor este principio
supone:
- Intervención
preventiva antes de la entrada en la escuela.
- Orientación
en el entorno social.
b) Principio
de desarrollo,
de manera que la Orientación debe convertirse en un agente activador y
facilitador del máximo desarrollo de las capacidades, habilidades y
potencialidades del sujeto.
c) Principio
de intervención social, que supone la consideración del orientador como
factor de cambio social, en el sentido de actuación sobre las estructuras e
instituciones educativas.
Por
su parte, Bizquerra (1990), señala que los actuales modelos de orientación
tienen entre sus características más destacables las siguientes:
a) Concepción
de la Orientación como proceso de ayuda.
b) Tendencia a
actuar sobre grupos más que sobre individuos.
c) Integración
de la Orientación en el currículum.
d) Sentido
cooperativo de la Orientación.
e) Dirigida a
todos los sujetos.
f) Dirigida a
todos los aspectos del desarrollo individual.
g) Apertura de
la Orientación más allá del marco escolar.
Recogiendo
algunas de las características señaladas por los autores anteriores sobre la Orientación Educativa y
Psicopedagógica, entendemos que la Intervención Psicopedagógica como entorno
general del tema central de este trabajo, el diagnóstico en educación, debería tener
siempre presente los siguientes principios:
A) Principio de Planificación. El que las
intervenciones psicopedagógicas adolecen de planificación es algo reconocido
tanto por la mayoría de los autores como por los psicopedagogos que ejercen su
profesión. Y es que la mayor parte de las actuaciones de los equipos
psicopedagógicos obedecen a las demandas, múltiples y dispersas, de los más
variados "usuarios", como indica Sanz Oro (1990).
Esta
carencia de planificación de las actividades psicopedagógicas tiene su razón de
ser fundamental, en el modelo de
funcionamiento predominante (enfoque de servicios) que hunde sus raíces en el
modelo clínico importado a la escuela por la psicología desde la medicina, como
una mala imitación del profesionalismo liberal.
Que
la Intervención Psicopedagógica deba poseer un carácter planificado resulta de
capital importancia para que la misma llegue a alcanzar los objetivos que
persigue. El que planteemos la necesidad de planificación no implica que todas
y cada una de las tareas deban estar previstas en su dimensión y
temporalización, ya que en educación es importante ser flexibles para
considerar aquellos aspectos "no programables" de la misma. No
obstante lo anterior, si deberían respetarse, como hemos indicado en otros
trabajos (Gª Vidal y Glez. Manjón, 1992 y1998d), las siguientes condiciones:
1) El modelo
de funcionamiento ha de estar referido a programas claramente definidos
conceptual y operativamente.
2) Las
responsabilidades de los distintos elementos que participan en cada programa
deben de estar claramente delimitadas.
3) Los
compromisos del orientador o equipo y los centros y/o profesores respecto a
cada programa de intervención han de explicitarse, siendo recomendable la firma
de "contratos".
B) Principio de Prevención. El
carácter preventivo de las intervenciones psicopedagógicas es un principio suscrito por la mayor parte de los autores
(Cowen, 1982; Albee, 1988; Baker y Shaw 1987; Conyne, 1983, 1987; Lázaro y
Asensi, 1987; Bond y Compás, 1989; Bizquerra, 1990; Sobrado, 1990; Coll, 1990, 1991; Bassédas, 1991...) y
"potenciado" de manera prioritaria por la legislación actual,
apareciendo en lugares privilegiados en los "listados" de funciones o
tareas que los equipos psicopedagógicos han de desarrollar (Cataluña,
Andalucía, País Vasco, MEC, ...), situando todos ellos a la misma como una nota
importante de aquélla, en el sentido de prevención primaria que
le da Caplan (1964, citado por Bizquerra, 1990:20) en la literatura médica.
Adaptado este principio a la actividad psicopedagógica, podríamos decir que
consiste en actuaciones planificadas sobre las variables (diseño curricular,
metodología, objetivo, actitudes del profesorado, de la familia, etc.) que
actúan negativamente sobre una población escolar (comunidad educativa, sector
de edad, nivel escolar, etc.), produciendo un número determinado de alumnos con
necesidades educativas extraordinarias o especiales no previstas en el
curriculo, disminuyendo el número de ocurrencias.
Esta
concepción preventiva en Orientación, como muy acertadamente plantea Conyne
(1987, citado por Bizquerra, 1990) implica dos aspectos fundamentales: cambio
en el sistema y cambio en la persona. En este sentido y desde nuestra óptica,
para que una intervención psicopedagógica sea
preventiva (en el ámbito escolar) ha de estar dirigida a dos objetivos
básicos como señalan Gª Vidal y Glez. Manjón (1992 y 1998d):"disminuir
los factores de riesgo"; y "optimizar
los procesos de enseñanza / aprendizaje". En este
sentido, una intervención psicopedagógica preventiva en el ámbito escolar
debería implicar lo siguiente:
a) Que surja
de necesidades educativas objetivas de la comunidad.
b) Que se
dirija a una población concreta y no a
individuos aislados.
c) Que
responda a una planificación y por lo tanto, a unos objetivos.
d) Que
proporcione respuestas educativas
individuales (hacia los sujetos: detección de los individuos de alto
riesgo y tratamientos correspondientes) e institucionales (hacia las
estructuras y otras variables extrasujeto: modificación metodológica,
adecuación de objetivos, innovación, etc.).
e) Que
favorezca una mayor competencia general de la población a la que va dirigida.
f) Que sea una
actividad compartida entre profesores y psicopedagogos.
Que
las intervenciones psicopedagógicas deban tender a la preventividad no debe
hacernos olvidar el aspecto terapéutico o correctivo que tienen hoy la mayoría
de ellas, aspecto este último que disminuirá en la medida en que aumenten las
intervenciones de carácter preventivo.
C) Principio de Sistemización. Cuando
hablamos de sistemicidad de la intervención psicopedagógica, estamos optando
por una perspectiva antitética a la consideración individualista de la misma
que sin duda alguna es en estos momentos la
opción más extendida.
La
formación recibida por orientadores, la política psicopedagógica predominante y
la presión social de los demandantes de intervenciones están jugando a favor de una concepción
individualista de la psicopedagogía. Entre los autores y profesionales de la
psicopedagogía hay una opinión
generalizada de que la mayoría de las actuaciones se destinan a
"solucionar" los problemas de aprendizaje o comportamiento que un
determinado sujeto presenta y que es considerado inadecuado por los
demandantes. De esta manera el alumno, considerado
individualmente ("el casoproblema"), se convierte, en este enfoque,
en el centro y núcleo de la situación problemática y, casi siempre, en el
objeto específico de la intervención psicopedagógica.
Es
una obviedad para la mayor parte de los orientadores escolares que en la
mayoría de los "casos" las variables extrasujetos (metodología,
enfoque de la disciplina en el aula, etc.) constituyen el nudo gordiano de la
situaciones problemáticas, y, sin embargo, seguimos realizando, masivamente,
intervenciones centradas en el alumno considerado de forma individual.
Cuando
señalamos que la intervención psicopedagógica ha de tener un carácter
sistémico, estamos planteando que la misma debe cumplir unas condiciones, como hemos
indicado en otros trabajos (Gª Vidal y Glez. Manjón, 1992, 1998d):
a)
Consideración de todos los "casos", nosotros preferimos hablar de
situaciones problemáticas, como "sistemas" en los que están
incidiendo multitud de variables que tienen entre sí relaciones interactivas, especialmente
las de carácter contextual.
b) Realización
de "análisis de contextos" en que se produce la situación
problemática, y nunca de "análisis de sujetos", aunque sea necesario
incluir a éstos como elementos del contexto.
c) Respuesta
educativa a las necesidades detectadas a nivel del sujeto, y a nivel institucionalcontextual (profesor, grupo,
familia, etc.).
D) Principio de Curricularidad. El currículum
escolar es, desde nuestra óptica la "piedra de toque" a la que debe
estar referida cualquier intervención psicopedagógica, incluso cuando estamos
hablando de la vertiente vocacional de la orientación. Entendemos que debe ser
curricular en un doble sentido:
a) Que el
propio currículum escolar debe recoger de manera explícita la Orientación e
Intervención Psicopedagógica, en el sentido que indica Bizquerra (1990). De
esta manera, se deberían incluir en el currículum ordinario (en los niveles de
concreción que corresponda) criterios, principios, contenidos, evaluación,
etc., tanto lo referido a la optimización de los procesos de aprendizaje como
las referidas a las habilidades psicosociales y la "orientación
vocacional".
b) Que el
currículum escolar sea el punto de referencia obligado de las respuestas educativas que la Orientación
Educativa proporcione a las necesidades educativas de individuos, grupo o
colectividad, bien sea mediante la adecuación del nivel de concreción
curricular, como por la integración de determinados contenidos en el
"currículum ordinario".
E) Principio de Cooperación. Una
intervención psicopedagógica siempre es la consecuencia directa de la
incapacidad de los distintos servicios educativos ordinarios de responder de
forma adecuada a unas necesidades educativas. Esto es especialmente cierto
cuando el modelo de Orientación Educativa por el que se opta tiene como
elemento básico la tutoría, como es el caso de nuestro sistema educativo.
Este
modelo de Orientación Educativa plantea un problema insalvable a los que
pretenden realizar intervenciones psicopedagógicas coherentes desde
"fuera" de la escuela. Esta cuestión y la necesaria curricularidad de
las intervenciones que propugnamos, hacen que planteemos como una
característica básica de las mismas el que sea una actividad compartida entre
profesores y psicopedagogos. Las condiciones que han de cumplirse para hablar
de intervención compartida, que señalamos en otros trabajos (op cit 1992 y
1998), son:
a) Existencia
de objetivos comunes (entre profesor y psicopedagogo) de la intervención en
marcha. Señalamos, en este sentido, la importancia de la "negociación"
de los mismos, que analizaremos más detenidamente.
b)
Establecimiento explícito de los compromisos y los niveles de colaboración de
cada parte implicada en la intervención (profesor, Jefe de Estudios, Dirección,
psicopedagogo, etc.).
c) Participación
conjunta del psicopedagogo y el profesor
en las actividades que implique la intervención.
d) Evaluación
conjunta de los resultados de la intervención.
3.
EL SISTEMA DE ORIENTACIÓN-INTERVENCIÓN.
Entendida la orientación como un subsistema
del sistema educativo es preciso delimitar sus elementos más característicos.
3.1.
Los planes/programas como elementos vertebradores de la orientación educativa.
Entendemos que la Orientación
educativa constituye junto con la dimensión más "instructiva" una de
las dos facetas de la educación escolar, contribuyendo ambas de manera
complementaria e interdependiente al logro de las finalidades y objetivos
generales, cada una desde su ámbito y desde su óptica peculiar. En este
sentido, no parece que pueda seguir sosteniéndose por más tiempo la vieja idea
de la orientación como un complemento paraeducativo y paracurricular del que es
posible prescindir sin que se resientan los logros educativos
"básicos". Llevando este planteamiento al nivel del centro educativo,
lo que estamos diciendo es que instrucción y orientación colaboran, al igual
que la organización escolar, para alcanzar unos mismos fines globales.
Siguiendo
con este razonamiento, debe señalarse, además, que la actividad orientadora ha
de planificarse y llevarse a cabo mediante el mismo procedimiento de concreción
sucesiva dispuesto para la faceta curricular que supone la puesta en marcha de
mecanismos de adecuación a los diversos entornos (entorno sociocultural del
centro educativo, del grupoclase o del sujeto considerado individualmente). Lo
que pretendemos señalar de este modo, no obstante, nos parece algo fundamental, y es que, del
mismo modo que el currículo básico es concretado en un PCC o PCE y éste lo es a
su vez en diferentes programaciones de aula, una orientación educativa
auténtica precisa, partir de un Plan de
Orientación Educativa de centro (POE), en Programas de Acción Tutorial (PAT)
para cada grupo –clase y en medidas individuales cuando sea preciso.
En
ese mismo planteamiento general de la orientación, al que nos hemos referido,
además, se entiende que la intervención psicopedagógica constituye uno de los
elementos fundamentales que configuran el sistema de recursos que hacen posible
la orientación educativa ya que la intervención psicopedagógica en los centros
escolares debería entenderse como el elemento científicotécnico que concreta la
fuente psicopedagógica de la acción educativa.
Decir,
como hacíamos hace un momento, que la orientación educativa es una actividad
expresamente dirigida a la consecución de unos objetivos previamente definidos,
equivale a afirmar su carácter planificado. Algo que, aunque a primera vista
parezca evidente, no lo es tanto si tenemos en cuenta que, hasta hace bien
poco, la mayor parte de los modelos de orientación asumían lo que se ha dado en
llamar el enfoque o modelo de servicios.
Del
análisis comparativo de los modelos generales de planificación que se han
descrito, surge pronto la constatación de que una de las diferencias
fundamentales entre ambos, es que el primero suele conducir a una orientación
fragmentaria, discontinua, ajena a los docentes y que transcurre en paralelo a
la acción educativa ordinaria, por el contrario el segundo pretende una
orientación continuada e integrada en esa acción ordinaria, lo que conlleva un
trabajo coordinado de equipo.
En
este sentido, entendemos que una de las misiones básicas de todo programa de
orientación es la de ofrecer un marco capaz de articular toda una variedad de
acciones, realizadas por y dirigidas a distintos agentes, que a menudo se
llevan a cabo de manera independiente por razón del propio dinamismo de la vida
en un centro. Los planes y programas aparecen, así, como un eje vertebrador de
las actividades de los diferentes implicados en la acción orientadora, que la
dota de sentido y dirección al enmarcarlos en la perspectiva del logro de
ciertos objetivos explícitos y compartidos. Metafóricamente, podemos describir
esos planes o programas como los bocetos de un cuadro que pintarán y
concretarán diferentes pintores, en diferentes momentos e, incluso, con
técnicas diferentes.
Un plan o programa de orientación, por
tanto, es siempre un conjunto ordenado de acciones dirigidas a un objetivo que
surge, a su vez, de la adaptación y concreción a una población determinada (y
en un momento dado), de algún objetivo educativo general.
3.2. Elementos personales de la orientación. Posiblemente una de las ideas más
interesantes, y sobre la cual conviene llamar la atención, del modelo de
orientación que se desprende del articulado de la LOGSE (y que se recoge
explícitamente en las normas que la desarrollan), es que la orientación
educativa no puede seguir considerándose por más tiempo como una cuestión en la
que se encuentran implicados solos cada
profesortutor o el "especialista" en la materia, sea psicólogo,
pedagogo o psicopedagogo (en cuanto a titulación). Bien al contrario, las
concepciones actuales de la Orientación tienden a plantearla como una actividad
colectiva que es responsabilidad directa del sistema en su conjunto, de modo que
corresponde a las Administraciones educativas dotar de los recursos necesarios
y garantizar su efectividad, y a los propios centros escolares el planificarla
y llevarla a cabo, coordinando los esfuerzos de los diferentes profesionales en
este ámbito: por definición, el conjunto de los profesores, el
"profesororientador" y los profesionales de los equipos
multidisciplinares.
Desde
esta perspectiva que en otros lugares (Gª Vidal y Glez. Manjón, 1992, 1995d,
1997b y 1998a) hemos denominado "principio de la orientación
compartida" o "cooperativa", hablar de un sistema de orientación
e intervención psicopedagógica no es
sólo una forma de hablar, sino que el término sistema cobra un sentido pleno,
en su acepción de conjunto de elementos interrelacionados e interdependientes
que desarrollan una actividad común. De manera mucho más gráfica, hablar de un
sistema de orientación equivale en, este contexto, a decir que la acción
orientadora debe entenderse como una mesa que se sostiene sobre varias patas,
todas y cada una de las cuales resultan por completo necesarias para el logro
de los objetivos, en la medida en que, estando llamadas al logro de objetivos
comunes, cada una de ellas posee responsabilidades específicas que les son
propias, con independencia de que en muchos momentos tales responsabilidades
deban concretarse en tareas en las que el desempeño del equipo y no el de cada
uno es realmente importante.
En
nuestra opinión, sólo si este principio general queda suficientemente claro y
es asumido progresivamente por los agentes de la orientación será posible una
aproximación hacia el "ideal" de integralidad y de integración en la
actividad educativa ordinaria de ésta, por lo que no tienen demasiado sentido
los intentos de delimitación de fronteras rígidas, de compartimentos estancos,
entre las actuaciones propias de cada elemento. Tal y como nosotros lo vemos,
la mayor parte de las tareas de orientación son compartidas en uno u otro
momento del proceso (planificación, ejecución y evaluación) por más de un agente,
siendo el hecho diferencial entre unos y otros, no tanto el qué hacen, como
cuál es la perspectiva que aportan al producto final del equipo.
Respecto
a los componentes o elementos básicos del sistema de orientación, en el marco
escolar, parece claro que deben ser lo suficientemente variados en su formación
y cometidos como para responder a las funciones necesarias para el logro de los
objetivos propios de las vertientes de la orientación psicopedagógica, así como
estar organizados en diferentes niveles de intervención que incluirán, al
menos, la atención directa al conjunto del alumnado y a sus familias, la
provisión de servicios extraordinarios a aquellos alumnos con n.e.e. temporales
o permanentes, la coordinación de las actividades orientadoras y tutoriales y
el asesoramiento especializado a los miembros del sistema cuya formación no es
de tipo psicopedagógico. En pocas palabras, esos componentes básicos son:
(a) El propio profesorado,
en primer lugar, tanto en el desempeño de su función "instructiva" o
de enseñanza, que debe incluir de manera plenamente integrada en las
actividades cotidianas los elementos preventivos básicos frente a cualquier
eventualidad en el desarrollo académico y personal del alumno, como de su
función tutorial propiamente dicha. Utilizando una terminología propia de otros ámbitos, podríamos decir que este
primer componente del sistema vendría a constituir "el primer
escalón" orientador, preferentemente centrado en la prevención primaria,
aunque con ciertas responsabilidades también en la introducción de estrategias
correctivas elementales frente a las disfunciones y dificultades que podríamos
denominar menores.
(b) Un elemento especializado, cuya
responsabilidad sería, por un lado, la de aportar al conjunto de las acciones
orientadoras una fundamentación científica y técnica apropiada (tanto a través
de la selección de materiales, como de asesoramiento al profesorado y otras
medidas); por otro lado, la de hacerse cargo de la atención directa del
alumnado en el desarrollo de ciertas tareas orientadoras y tutoriales que
requieren de una preparación específica, ajena a la cualificación exigible al
tutor; y finalmente, la de coordinar desde una perspectiva cualificada el
conjunto de las actividades de orientación educativa.
Evidentemente, ello supone, por lo general,
que este elemento en particular no se vea limitado a una sola instancia, sino
que parece lógico postular la existencia de sucesivos "escalones" de
intervención psicopedagógica, tanto por razones de especialización como por motivos
de proximidad al alumnado y profesorado. En nuestro caso particular, este
planteamiento se ha traducido en la diferenciación entre lo que sería el
orientador de centro y lo que serían los equipos psicopedagógicos de sector
(generalistas) y específicos (especializados en determinada problemática del
desarrollo: hipoacusia, visual, etc.), normalmente con un ámbito de actuación
bastante más extenso que los anteriores.
(c) Un tercer
componente, no específico del sistema, pero fundamental para un buen fin, sería
el elemento directivo, el cual no puede ser otro que la propia
dirección de cada centro, en la medida que como ya señalábamos en el modelo de
orientación que venimos comentando, ésta aspira a formar parte integrada del
proyecto educativo global que dirige las actuaciones en este ámbito, al ser
concebida como uno de los dos grandes tipos de actuaciones que se plantean para
el logro de las finalidades educativas. Particularmente, en nuestro
ordenamiento asume directamente la responsabilidad en este ámbito la jefatura
de estudios, como responsable inmediato de los aspectos pedagógicos.
En
cuanto al modo en que efectivamente se organizan estos elementos nuestro
Sistema Educativo, así como respecto a la consideración administrativa y
laboral de cada uno de ellos, lo cierto es que son bastante numerosas las
diferencias de unas regiones del Estado a otras, dada la autonomía con que
cuentan las diferentes Administraciones educativas, así como la tendencia de
algunas de ellas a modificar sus estructuras en esta materia cada cierto tiempo o, por el contrario, a no
modificarlas en absoluto. No obstante, podríamos hablar de un "sistema
tipo" derivado de la propia LOGSE que, en lo esencial, viene a consistir
en una organización en tres niveles: el de la acción tutorial, el de los
Departamentos de Centro y el de los Equipos Psicopedagógicos con ámbitos de
actuación mayores que los de centro.
3.3. Funciones del orientador. En la medida en que este trabajo tiene como destinatarios orientadores y
orientadoras de los Departamentos y Equipos, conviene dedicar una líneas a
comentar las funciones más específicas de estos profesionales en el marco de un
modelo de orientación como el que venimos describiendo. Y es que demasiado a
menudo se detecta una confusión a dos niveles de la máxima importancia: de un
lado, es frecuente que se confundan las funciones
del orientador con las tareas que éste debe desempeñar para cumplir
aquéllas; de otro, pesa tanto nuestra historia reciente que no es raro
encontrar que se tomen como idénticas las funciones propias del orientador y
las del sistema de orientación en su conjunto.
Respecto
a la primera de las cuestiones, es importante tener en cuenta que cuando
hablamos de función (y no sólo en el ámbito que nos ocupa), nos estamos
refiriendo a una acción o conjunto de acciones que cumplen un cometido unitario
en el contexto de la consecución de un determinado logro, de modo que todos
entendemos sin dificultad a qué nos referimos cuando hablamos de la función
respiratoria, función digestiva, función pública; el problema aparece desde el
momento en que lo que es función depende siempre del nivel de análisis en que
nos situemos al enfocar un tema determinado.
Así,
tiene sentido afirmar que el sistema de orientación tiene como función la de
facilitar la máxima personalización de los procesos educativos además del
carácter integral de éstos, del mismo modo que en otro nivel de análisis lo
tiene también decir, que dicho sistema tiene como funciones particulares las
que hemos denominado orientación escolar y vocacional: una función general
implican siempre otras más específicas, que implica a su vez otras más específicas
aún.
Todo
ello podría quedar en un juego de palabras si no fuera por una razón que, desde
nuestra perspectiva, es fundamental: obsérvese que no es lo mismo afirmar que
una de las funciones básicas del orientador es el diagnostico psicopedagógica
de los alumnos, que decir que su función es la de garantizar la adecuación de
la respuesta educativa a las necesidades individuales de esos mismos alumnos.
El problema, sin embargo, no es de términos sino de concepciones acerca de
cuáles son las aportaciones específicas y características de este profesional
en el marco general de la acción orientadora.
En
este sentido, creemos que es básico tomar conciencia del hecho de que lo
realmente importante en la definición de un perfil profesional particular (en
este caso, el psicopedagogo), lo realmente relevante, es definir en primer
lugar, los cometidos generales (los grandes objetivos, si se quiere) que son
propios y particulares del mismo, en el contexto de actuación en el que se
enmarca, lo cual delimita con propiedad sus auténticas funciones esenciales,
las cuales podrán cubrirse de manera adecuada a través de muy distintas tareas
particulares: en el ejemplo antes citado, desde la propia evaluación
individual, hasta la intervención directa e inmediata sobre el programa docente
mismo, tras un análisis de éste (no del alumno), pasando por una intervención
preventiva sobre las interacciones en el grupo de alumnos, etc.
En
cuanto a la segunda de las cuestiones planteadas, no es de extrañar la habitual
confusión entre funciones (y tareas) del orientador y funciones (y tareas) del
conjunto del sistema de orientación, ya que en nuestra tradición escolar la orientación
educativa ha sido por lo general, como sabemos, algo ajeno a la función docente
y atribuido "al psicólogo". En cambio, desde las concepciones
actuales de la orientación queda perfectamente claro que ésta es una dimensión
más de la educación escolar y que se trata de una actividad compartida y
cooperativa en la que se ven implicados profesionales con distintos perfiles,
que dan lugar a responsabilidades distintas, aunque complementarias. Desde
nuestro punto de vista, la contribución específica del orientador en cuanto
elemento técnico del sistema de orientación pasaría por las siguientes
funciones, como ya hemos indicado en otros trabajos nuestros (Gª Vidal y Glez
Manjón, 1992, 1998a):
3.3.1. Función de asesoramiento psicopedagógico. Tal y como entendemos
la intervención psicopedagógica, puede afirmarse que la función más
característica y distintiva del orientador dentro del sistema de orientación es
la de proporcionar al resto de los agentes educativos implacados en esta
actividad el pertinente asesoramiento científico y técnico, derivado de las
distintas disciplinas psicológicas y pedagógicas que identifican su formación,
entendiendo por asesoramiento (Rivas, 1988:49): una relación que se establece entre un individuo o grupo que se
enfrenta a un problema determinado y otro u otros que, siendo expertos en esa
materia y contando con la confianza de los primeros, le proporcionan la ayuda
técnica necesaria para definir con precisión el problema, analizarlo, conocer
las posibles alternativas al mismo, analizarlas y, en última instancia, tomar
una decisión al respecto.
Frente
a anteriores modelos directivistas y tecnocráticos de la intervención
psicopedagógica, no debemos olvidar nunca que el orientador es, en las
concepciones actuales, un elemento más dentro de un equipo, cuya actuación es
además subsidiaria de la del resto de los agentes educativos, a quienes compete
directamente la toma de decisiones.
Resumiendo,
lo dicho hasta ahora puede sintetizarse en la afirmación de que la función
básica del orientador es la de aportar las "fuentes" psicológica y
pedagógica a los niveles de concreción del currículo (y de la actividad
educativa en general) propios del contexto en que se desenvuelve: el nivel de
centro, el de aula y de las adaptaciones de ambos para ajustar el tratamiento
educativo a las necesidades especiales de cada alumno o alumna. Esta función de
asesoramiento supone la actuación del orientador:
(a) A diferentes niveles de
generalidad, es decir, desde el asesoramiento en las cuestiones relativas al
centro como conjunto hasta el asesoramiento en la adopción de medidas de
tratamiento individualizadas, pasando por las cuestiones de aula.
(b) En los diferentes momentos del
proceso educativo, incluida la evaluación de necesidades y determinación de objetivos,
elaboración de planes y programas de actuación, la implementación de los mismos
y su evaluación.
(c) Tanto en lo relativo a los
procesos más propios y específicamente orientadores, como en aquellos otros más
directa y específicamente relacionados con la instrucción.
3.3.2. Función de prestación de servicios
especializados.
Aunque,
dada la preeminencia de la función de asesoramiento, el papel del orientador
es, en lo esencial, el de alguien que incide en los alumnos y familias de
manera directa o mediatizada (a través de otros agentes), parece claro que la
actividad orientadora supone a menudo la realización de tareas especializadas
que, por su propia naturaleza, requieren de una cualificación psicopedagógica
que no es exigible al profesorado. Sin duda, el caso más evidente y claro es el
de la evaluación psicopedagógica, el "diagnóstico" con
el se ha identificado casi exclusivamente a los orientadores en los modelos
clásicos de corte clínico.
Debe
subrayarse que, tal y como han señalado diversos autores (Gª Vidal, 1993; Manjón
y otros, 1993; Blanco, 1992, Ruíz, 1988a…), en estos momentos no puede
sostenerse que "toda" la evaluación psicopedagógica sea tarea del
orientador, pues -por ejemplo- tanto la valoración de la competencia curricular
del alumno como la evaluación-instrucción propia del periodo que Reed y
Schachter (1975) denominan prederivación o prerreferral, son claramente
docentes; no obstante, son irrenunciables como responsabilidad de aquellos
aspectos más sustanciales de este proceso, tales como la evaluación del
desarrollo psicológico y social o la evaluación de las variables contextuales
del propio centro escolar (clima social, organización didáctica, procedi-mientos
de enseñanza, interacciones en el aula, ...), implicadas en el problema de aprendizaje.
Con
todo, somos de la opinión que nunca debería olvidarse que la auténtica función
del orientador en este aspecto es la de aportar los datos, y el análisis
psicopedagógico de los mismos, que faciliten la puesta en marcha de una
respuesta educativa más ajustada a las necesidades individuales de todos y cada
uno de los alumnos, no siendo la evaluación psicopedagógica otra cosa que un
medio (una "tarea") al
servicio de este fin general.
Un
segundo tipo de servicio especializado, a menudo polémico por razones de
escasez de recursos en los equipos de zona, es la provisión de tratamientos
educativos directos a alumnos individuales o grupos de alumnos y en
los grandes centros de Educación Secundaria (con 800 o 1000 alumnos), justifica
el recelo de un buen número de profesionales a la hora de asumir el tratamiento
directo de alumnos, pero mucho nos tememos que un sistema de orientación que no
provea de tales servicios está condenado al fracaso, al menos, cuando opera en
una enseñanza universalizada: la educación de apoyo los requiere, sin el menor
género de dudas.
Por
supuesto, existen tratamientos especializados que no son tarea de los
orientadores, sino de profesores especializados en pedagogía terapéutica y en
audición y lenguaje, y no se trata de que el orientador sustituya a éstos;
otros son propios de especialistas en rehabilitación de uno u otro tipo, pero
existe un tercer grupo de tareas que exigen una cualificación psicopedagógica
específica, como pueden ser el asesoramiento vocacional individual de ciertos
adolescentes, la aplicación de programas reeducativos muy novedosos e incluso
experimentales, la tutorías de grupos altamente problemáticos, etc.
Un
argumento adicional para la defensa de esta función tiene que ver con la
psicología de los grupos: difícilmente puede llegar a ser percibido como
"compañero" en un centro a quien permanece por completo ajeno al
trabajo directo con alumnos y alumnas, devaluándose en muchos enteros las
posibilidades de establecimiento de una relación de asesoramiento efectiva
entre el orientador y profesores, cuando éstos perciben al primero como
"un teórico" ajeno a los problemas reales del día a día.
El
tercer tipo de servicio especializado que creemos atribuible al orientador es
el asesoramiento familiar directo en el caso de alumnos y
alumnas con n.e.e., pero también en otros como los programas de asesoramiento
vocacional individualizado, ya que son numerosos los casos en que, es en la
familia, donde se encuentran las claves relevantes (actitudinales, valores...),
que determina la opción vocacional elegida. Sin duda, alguien podría argüir que
ésta es más bien una tarea propia de los tutores, y así es, con carácter
general, pero mucho nos tememos que existen casos abundantes en los que una
auténtica orientación vocacional (no simple información), requiere de
conocimientos teóricos y, sobre todo, del dominio de ciertas habilidades y
destrezas más cercanas a la interacción terapéutica que a la entrevista
informal.
3.3.3. Función de coordinación de programas. Como no podría
ser de otra manera, y por razones ya apuntadas antes, la coordinación del
Primer Nivel de la Orientación (respecto al que la actividad del Orientador es
complementaria y subsidiaria) y de otros programas de orientación es otra de
las grandes funciones que definen la profesión de orientador.
Además
de asesor de tutores, el orientador ha de ser coordinador de los programas de
orientación, lo que no implica en modo alguno actuar como un factótum (hombre
orquesta, si lo prefiere) que ha de sustituir a los profesores en su actividad
tutorial, ni llevar a cabo por sí mismo los diversos programas que pueden darse
en un centro o sector, sino que su función aquí tiene que ver con el diseño de
tales programas, la coordinación de los
agentes implicados en ellos y la participación directa en el desarrollo de
aquellas acciones que exigen una cualificación específica de tipo
psicopedagógico.
Al
igual que en la función asesora, el papel orientador no consiste tampoco aquí en la sustitución de
la voluntad, actividad o perspectiva de otros (ni siquiera en la hábil
creación de tal voluntad mediante artes ocultas), sino en aportar su propia
perspectiva de manera honesta y clara y en proporcionar las ayudas necesarias para que puedan irse
configurando y llevando a cabo los programas de orientación que respondan a las
necesidades educativas que presentan los alumnos. Ello implica a menudo la
realización de tareas como:
a) Diseño de
propuestas/proyectos de programas.
b)
Asesoramiento a tutores/as con determinada problemática.
c)
Elaboración/selección de materiales tutoriales.
d) Coordinar
las reuniones de tutores/as o personas responsables.
e)
Intervenciones en grupos de alumnos/as de manera complementaria a la
intervención del tutor/a.
f)
Participación en aquellas actividades que se planifiquen. Etc.
3.3.4. Función de conexión con otras instituciones
del entorno.
A
veces el orientador no puede acometer determinadas tareas que sobrepasan su
capacidad operativa, bien porque la formación de cualquier profesional es
siempre limitada (demasiadas veces se nos pide que seamos especialistas en
todo), bien porque el tema corresponde a otra instancia extraescolar como
pueden ser los servicios de salud, de asuntos sociales, de trabajo, etc., o
simplemente porque precisamos la colaboración de otros profesionales para la
realización de determinadas actividades orientadoras.
Es
obvio, que esta función de conectar con las instituciones del entorno escolar
debería ejercerla el orientador de un centro, o de un equipo, ya que el
carácter de las posibles actividades a realizar por un médico, psiquiatra,
asistente social, experto laboral, etc. las incluye de lleno en las funciones
de la Orientación. En esta tarea de conexión de las diversas instancias
extraescolares que pueden colaborar con los procesos educativos que se llevan a
cabo en la institución escolar recae, desde nuestra perspectiva, en el
orientador escolar. Función de la que pueden derivarse las siguientes tareas:
1) Reuniones
de coordinación con los profesionales implicados.
2) Establecimiento
de canales y relaciones fluidas con otros profesionales.
3) Búsqueda de
recursos. Etc.
4. UNA
ESTRATEGIA DE INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA
Además
de los elementos constitutivos de un sistema de orientación es preciso contar
con elementos funcionales, o procedimentales que regulen la actividad
orientadora y las intervenciones psicopedagógicas.
4.1. Dimensiones de la intervención. Cuando
analizamos con cierto detenimiento cuanto hemos comentado hasta ahora acerca
del modelo de orientación y de la intervención psicopedagógica dentro de él,
podemos ver que las actuaciones del orientador pueden categorizarse atendiendo
a una serie de dimensiones básicas, como son el ámbito o vertiente
de la orientación en que recaen, el "nivel de concreción" en que se sitúa y las funciones o tareas específicas
que se requieren de él en un programa o plan de acción determinado. Podrían
considerarse algunas más, como el carácter eminentemente preventivo o
correctivo de la actuación, pero creemos que las tres primeras dimensiones
citadas resultan las más determinantes, conformando las tres dimensiones
básicas que hemos planteado en otros trabajos (Gª Vidal y Glez. Manjón, 1992 y
1998a) mediante la que podemos configurar un “cubo”.
Asesoramiento
|
Servicios Especializados
|
Coordinación de programas
|
Conexión con otras instituciones
|
V. VOCACIONAL
|
V. ESCOLAR
|
CENTRO
|
AULA
|
INDIVIDUAL
|
Si
observamos tanto el cubo como la porción de él sombreada, vemos que cada tipo
de actuación queda configurado por el ámbito de la orientación en que estamos que
aporta a los objetivos generales a la intervención; por el nivel de
planificación de acción educativa y orientadora en que nos movemos; y por
el tipo de tarea concreta que se espera
del orientador, de modo que, las actuaciones básicas propias de la intervención
psicopedagógica podrían resumirse en el gráfico siguiente:
Planteada
de este modo la cuestión de la intervención psicopedagógica, la deducción más
inmediata es que el orientador precisa de un conjunto de estrategias de
planificación e implementación de sus actuaciones en el centro escolar que, de
alguna manera, concreten el modelo general de intervención al que ya nos hemos
referido al hablar de "programas" en orientación. Dichas estrategias
podrían plantearse desde cada una de las dimensiones referidas, es decir,
podríamos hablar de:
- Estrategias
de intervención en el ámbito de la orientación vocacional-profesional vs.
ámbito escolar-académico.
- Estrategias
de intervención en el nivel de centro vs. aula y nivel individual.
- Estrategias
de asesoramiento versus evaluación, de coordinación, etc.
Tomando
como punto de partida el enfoque de programas mencionado con anterioridad, y
sin renunciar a un planteamiento comprensivo de la intervención orientadora,
vamos a proponer una estrategia general
de intervención psicopedagógica que enmarque todas, o la mayoría, de las tareas
que un orientador ha de llevar a cabo en su trabajo.
4.2. Fases del proceso orientador. Es obvio, que
una estrategia como la que presentamos tiene un carácter de generalidad que
precisa de su adecuación a las diferentes realidades educativas, y sin cuya
adaptación no es una estrategia, sino un «panfleto».
1ª
FASE: RECEPCIÓN Y DEVOLUCIÓN DE LA DEMANDA. En cualquier intervención orientadora es preciso enmarcar la demanda en
las coordenadas espaciotemporales y personales en que va a desarrollarse. Para
ello es necesario que el psicopedagogo confirme la información contenida en la
demanda que se le hace recurriendo a diversos niveles y fuentes de información,
para que de esta forma la demanda que se nos hace adquiera la coherencia y
solidez necesaria para realizar una intervención psicopedagógica. Este proceso
debería contener las siguientes sub-fases:
1) Recepción de la demanda. En un primer
momento, el orientador escolar recibe la demanda de algún agente educativo
(padres, profesores, alumnos, dirección, etc.).
En esta subfase es conveniente que el
orientador utilice alguna forma de registro de dicha demanda, siendo lo más
usual conveniente el uso de protocolos
de recepción específicos para cada tipo de función (de diagnóstico, de
asesoramiento vocacional, de asesoramiento didáctico y curricular, etc.).
Dichos protocolos, que algunos llaman de derivación, tienen como objeto
que el solicitante comunique la mayor cantidad posible de información respecto
a lo que se solicita.
2) Constraste-análisis de la demanda. En esta
subfase, el orientador escolar tiene como objetivo contrastar la información
obtenida en la recepción de la demanda que se le ha hecho. Para ello, puede, y
debe, recurrir a dos actividades:
EVALUACIÓN DE
NECESIDADES EDUCATIVAS
|
RECEPCIÓN Y DEVOLUCIÓN DE LA DEMANDA
|
DISEÑO DEL PROGRAMA O PLAN
|
IMPLEMENTACIÓN DEL PROGRAMA/PLAN
|
EVALUACIÓN DE LA INTERVENCIÓN
|
FASES DE LA INTERVENCIÓN PSICOPEDAGÓGICA
|
1ª
|
2ª
|
3ª
|
4ª
|
5ª
|
a)
En unos casos, tendrá que recurrir a niveles, o personas, diferentes a las que
han solicitado su intervención, así si la demanda la hace un profesor (para el
diagnóstico de un alumno), el orientador debería obtener información de otros
profesores del mismo equipo docente, a los padres o al propio alumno con el fin
de corroborar que la perspectiva de la situación problemática es compartida.
b)
En otros casos, el orientador deberá analizar la coherencia y solidez de la
información proporcionada en la demanda mediante el análisis de los mismos
datos, que puede ser suficiente para iniciar la propia intervención
psicopedagógica.
En
esta subfase, el orientador escolar deberá actuar con precaución y de manera
sistemática, debiendo, siempre, tener claro que el objetivo es proporcionar
coherencia y solidez a la demanda que se le ha hecho, al tiempo que conoce
otras perspectivas sobre la problemática en la que se le solicita que
intervenga.
En
bastantes casos, este análisis/contrastación de la demanda lleva al orientador
a plantear una intervención diferente a la solicitada. Así, si un profesor o
equipo de profesores solicita la evaluación psicopedagógica o diagnóstico de un
grupo numeroso de alumnos o alumnas de un mismo grupo-clase, lo lógico es
proponer al demandante que la intervención se realizará sobre el conjunto del grupo-clase
para poder actuar de esa manera sobre la propia Programación de Aula.
3)
Devolución de la demanda. Una vez comprobada la consistencia interna de la
demanda realizada, ha de proporcionarse una respuesta al demandante de la
intervención. En esta fase, es esencial
intentar lograr un acuerdo con el demandante en lo referido a las
responsabilidades y niveles de cooperación que emanan de la propuesta de
intervención que realizamos, acuerdo que, siempre que sea posible, debería
tener forma escrita. Los aspectos esenciales en este acuerdo, al menos, son:
a) Delimitación de las
responsabilidades en el proceso de evaluación de las necesidades educativas.
b) Delimitación de responsabilidades
en las tareas de tratamiento educativo consiguiente.
FASE
2ª: EVALUACIÓN DE NECESIDADES EDUCATIVAS. En sentido estricto esta fase coincide con el núcleo de nuestra
asignatura Diagnóstico en Educación, y en ella vamos a establecer las líneas
prioritarias de nuestra intervención.
En
primer lugar, es necesario señalar que las necesidades «se sienten» (y las
educativas también); y por ello, en la evaluación de las necesidades debería
contarse de manera muy especial con los sujetos, tanto de sus «necesidades
sentidas», como su opinión respecto a las mismas. En este sentido, a veces, los
orientadores tienden a «presuponer necesidades educativas» de padres,
profesores o alumnos, en función de las variables que resultan más
significativas para una etapa, un grupo sociocultural, un centro, etc. Así
ocurre que se implementan programas de orientación (sobre dificultades de
aprendizaje, de asesoramiento vocacional, etc.), que no responden a las
«necesidades reales» que los sujetos tienen en ese entorno sociocultural y en
ese momento, apareciendo de esta forma como "necesidades teóricas"
emanadas de los modelos teóricos, enfoques prácticos y experiencias
orientadoras previas.
Un
segundo tipo de error al evaluar necesidades educativas, ocurre cuando se
tiende a "detectar" aquellas necesidades que responden de una manera
más fidedigna a los presupuestos básicos de los grupos de presión como puede
ser la propia dirección del centro, padres, grupos de profesores, etc. que a
las necesidades objetivas y reales de los sujetos de la orientación. Éstas
serían lo que podemos denominar como "necesidades oficiales".
Ello
no obsta, evidentemente, para señalar que
existen también necesidades «objetivas» no sentidas, de modo que una de
las tareas del orientador -¡y aquí si que resulta útil el legado clínico!- es
la de establecer un proceso de diálogo con la comunidad educativa destinado a
lograr la toma de conciencia de aquellas necesidades que la dinámica de la
institución escolar tiende a ocultar a la percepción de las personas que la
conforman.
En
este sentido, entendemos que el orientador tiene una especial responsabilidad
en la planificación, ejecución y conclusión de un proceso de evaluación de
necesidades educativas que tenga carácter compartido, sobre todo en las
conclusiones, entre los que participan del proceso evaluador (normalmente:
alumnos, profesores y orientador), intentando conseguir el mayor acuerdo
posible sobre las decisiones a tomar como consecuencia de la valoración rea-lizada;
y ello, aunque los «acuerdos o conclusiones» no coincidan con los presupuestos
del propio orientador/a.
Un
tercer error bastante común, es el que tiene que ver con el carácter inicial,
continuo o final de esta evaluación de necesidades educativas, y que coinciden
con el que cometen una parte importante de los profesores cuando realizan la
evaluación inicial de los alumnos. Muchos profesores cuando realizan la
evaluación inicial de sus alumnos, establecen una asociación de esta evaluación
con la calificación que, según ellos, merece el grupo/alumno en cuestión,
degradando de esta manera la finalidad de la evaluación inicial, que en grado
alguno puede ser la de categorizar a los grupos o sujetos evaluados (p.e.:
«este año me ha tocado el peor curso desde que soy profesor», «este alumno es
el mejor de todos», etc.); siempre una evaluación inicial debería buscar la detección
de las necesidades educativas de un grupo o sujeto con el fin de ajustar el
programa educativo que se tiene pensado desarrollar.
De
manera similar proceden algunos orientadores, cuando «califican» o
«categorizan» a los sujetos de su evaluación, cuando en realidad la evaluación
de necesidades educativas, como evaluación inicial que es, no precisa de
categorizaciones de ningún tipo, sino de identificardetectar aquellas
necesidades educativas que por diversas y múltiples razones no están siendo
atendidas de manera adecuada por el sistema de enseñanza y es necesario
complementar con un programa/medidas orientadoras. Debe quedar, pues,
suficientemente claro que cuando hablamos de necesidades educativas en
Orientación (n.e., en adelante) nos referimos a carencias que pueden presentar
los miembros de la comunidad educativa (especialmente los alumnos, pero no sólo
ellos), y a las que pueden responderse con actividades educativas adecuadas, ya
sean referidas a un sujeto, a un grupo, a un centro o a una zona educativa
determinada.
1)
Variables a tener en cuenta. La primera cuestión que es preciso tener en
cuenta, y por tanto conocer, es el conjunto de variables generales que inciden
en la aparición de necesidades educativas en un grupo/sujeto. De una manera
bastante esquemática, al menos, habría que tener en cuenta las siguientes
variables generales:
a) Etapa Evolutivo/Educativa. Las
necesidades educativas de los sujetos vienen condicionadas, en gran parte y en
la mayoría de las situaciones, por la etapa evolutivo/educativa que se
encuentre, es decir, que las necesidades educativas van a ser muy diferentes de
unas edades a otras y ello por una razón tan simple como que las metas
educativas a lograr son diferentes, y conviene recordar el carácter
complementario y subsidiario, respecto a aquéllas, de las medidas a tomar
después de la evaluación de necesidades. De esta manera, van a aparecer
necesidades educativas muy diferentes: en la Educación Infantil, que probablemente,
tendrán que ver con el desarrollo de las funciones básicas (lenguaje,
motricidad, desarrollo psicosocial, etc,), asesoramiento a padres, etc. En la
Educación Primaria van a estar relacionadas, mayoritariamente, con las
dificultades de adquisición de las técnicas instrumentales y con el desarrollo
psicosocial de los alumnos. Y en la Educación Secundaria, van a unirse, a las
de la Primaria, las que tienen que ver con el asesoramiento vocacional de
alumnos/padres y con la adquisición de conocimientos disciplinares cada vez más
complejos.
b) Nivel socioeconómicocultural. El nivel de
desarrollo económico, social y cultural del entorno de un centro/grupo/sujeto
también condiciona de manera importante las necesidades educativas que pueden
existir en una situación concreta. De esta manera, es bastante probable que las
n.e. de una comunidad, un grupo o un sujeto perteneciente a un medio
sociocultural marginado sean radicalmente diferentes de las que puedan
presentar en una comunidad educativa asentada en un medio sociocultural rico,
propio de los barrios residenciales.
c) Características diferenciales de
los sujetos.
La tercera variable que deberemos tener en cuenta a la hora de evaluar las n.e.
de un centro/grupo/sujeto, es la de las características diferenciales de los
sujeto/s que componen o pertenecen a esa comunidad.
Así, es bastante probable que las n.e.
de una comunidad que alberga dentro de sí un colectivo más o menos importante
de sujetos con diversas discapacidades provoque la existencia de necesidades
educativas que no existirían si esos sujetos no pertenecieran a la misma. La
importancia de esta variable es mayor cuanto menor sea el ámbito en que se
realiza la evaluación, es decir, que probablemente resultará menos
significativa, esta variable, cuando estamos evaluando las n.e. de una zona
educativa o una localidad que cuando evaluamos un grupo-clase o de un sujeto
determinado.
d) Experiencia educativa y
capacitación técnica.
La cuarta variable de carácter general, a tener en cuenta se refiere a la
experiencia y capacitación profesional del personal docente que trabaja en esa
comunidad educativa. Y es que, cuando el personal docente tiene un alto nivel
de experiencia y de capacitación técnica
no suelen aparecer las mismas necesidades que cuando ese nivel es muy bajo.
e) Recursos disponibles. En cuanto que
una necesidad habla siempre de la existencia de carencias, la disponibilidad de
recursos materiales y personales es también una variable a tener en cuenta. No
obstante, parece también preciso matizar que, a menudo, resulta tan importante
la existencia objetiva de un recurso, su capacitación (en el caso de los
recursos personales) y sus posibilidades de uso. Es decir, la necesidad estará
condicionada tanto por la «disponibilidad» de los recursos, como por su
accesibilidad.
Tener
en cuenta las variables mencionadas a la hora de evaluar las necesidades
educativas, nos va a proporcionar un marco general de conocimiento que tiene
carácter previo al proceso evaluador y que nos va a servir para
explicar-enmarcar las necesidades que podamos detectar. Pero, en grado alguno,
deberíamos limitarnos a tener en cuenta esas variables, ya que determinadas
variables situacionales o individuales, no recogidas entre las anteriores
pueden tener una importancia trascendental en la determinación de las
verdaderas necesidades educativas.
ESTRATEGIA DE
EVALUACIÓN
|
EVALUACIÓN DE NECESIDADES EDUCATIVAS
|
VARIABLES
A TENER EN CUENTA
|
RESPONSABILIDAD
|
NIVELES DE LA
EVALUACIÓN
|
2)
Responsabilidades. La
responsabilidad de coordinar la evaluación educativa de las n.e. de una
comunidad, grupo o sujeto es lógicamente del Orientador, sin embargo, esto no
debería llevarnos a realizarla por nosotros mismos, sin contar con los
responsables de la comunidad educativa o los implicados en la situación que se
presenta como problemática, intentando en todo momento conseguir una evaluación
compartida. Podemos afirmar, que respecto a cualquier intervención
psicopedagógica podemos encontrarnos con las siguientes situaciones:
a) Que sea responsabilidad absoluta
del Orientador, bien porque la comunidad educativa no desea intervenir o bien
porque la situación problemática es planteada por aquél.
b) Que la responsabilidad sea
compartida entre el Orientador y miembros de la comunidad educativa (Equipo
Directivo, Equipo Docente, Profesor, etc.), que si bien es la situación más
deseable suele ser también la menos común.
c) Que la evaluación, ya haya sido
realizada por otros agentes educativos. Ante esta situación, el Orientador
debería tomar la precaución de contrastar la existencia de dichas necesidades.
Lo
que sí es necesario delimitar, en cualquier caso, son las responsabilidades
personales que existen en el proceso de evaluación psicopedagógica.
3)
Niveles de la evaluación de necesidades. Evidentemente, la evaluación de las
n.e. no se realiza siempre con el mismo nivel de profundidad ni de instrumentación,
ya que eso depende de factores situacionales difíciles de categorizar. No
obstante y siguiendo a Gª Vidal y Glez. Manjón (1992), podemos afirmar que en
la evaluación de n.e. es posible, como en cualquier evaluación educativa, la
distinción de una serie de niveles en función de las características del
sujeto, el problema y la situación:
a)
Evaluación ordinaria de necesidades. Se
caracteriza por estar plenamente
integrada en el diseño curricular ordinario y por recaer su responsabilidad
directa en el profesor o equipo de
profesores implicados en el proceso de enseñanza. Aunque, ciertamente,
se sustenta en una fundamentación psicopedagógica, ésta es de carácter general, tomando la forma de normas y/u orientaciones
contenidas de las Administraciones Educativas y en los sucesivos «decretos» que
regulen los objetivos, áreas y criterios de evaluación.
b) Evaluación asistida. Desde
el punto de vista de la intervención psicopedagógica, pueden existir
situaciones educativas (y de hecho existen) en las que el tipo de problemática
peculiar llega a hacer insuficientes las orientaciones sobre evaluación del D.C.B.
Resulta, entonces, necesario planificar
estrategias de apoyo psicopedagógico directo (asesoramiento) a los profesores
implicados. Hay, entonces, una presencia de técnicas específicas de la
Psicología y la Pedagogía, en el diseño y desarrollo curriculares, así como
participación de especialistas en estas materias.
Hay
que destacar que esta modalidad (en realidad serían dos modalidades, la primera
que contaría exclusivamente con asesoramiento y la segunda, con asesoramiento e intervención
en el momento “diagnóstico” de la
evaluación) puede incidir en el nivel
general del Proyecto Curricular de Centro, en
parte del mismo (p.e., el diseño
de un período o ciclo dado) o en el
nivel de Diseño Curricular de Aula, siendo tal vez los
ejemplos más claros la elaboración de Programas de Compensación Educativa y de
Programas de Integración de alumnos con N.E.E. En última instancia, no estamos
hablando de otra cosa que de una progresiva concreción de la fundamentación psicopedagógica en cada uno
de los niveles del diseño curricular,
tal y como se expresa en el esquema adjunto.
c) Evaluación compartida. Denominamos
de este modo al tipo de evaluación educativa que, aún siendo “ordinaria” en sus
rasgos generales (uso de técnicas básicamente ordinarias en la recogida de
datos, responsabilidad fundamental del
profesor, etc.), supone la
intervención del asesor-orientador psicopedagógico de un modo mucho más directo
que en los casos anteriores. Actúa como
evaluador directo, esto es, en situación de cara a cara con el/los alumno/s,
tomando a su cargo ciertas exploraciones complementarias a la tarea del
profesor. Desde
nuestro punto de vista, esta modalidad de evaluación se sitúa
en la estrategia preparatoria de Adaptaciones Curriculares, tanto
grupales como individuales, y debe ser subsiguiente al
desarrollo de niveles de concreción menores. Como medida general que
asegure la no descontextualización del proceso, tanto el diseño general de la
evaluación como la fase específica de valoración de la información y toma de
decisiones ha de ser una tarea compartida entre profesor y asesor. Este último
debe actuar en todo momento como apoyo
al primero ya que de lo contrario la
evaluación puede conseguir los efectos contrarios a los perseguidos
inicialmente.
d) Evaluación psicopedagógica. La siguiente modalidad de la evaluación
educativa, si tenemos en cuenta el «continuum» que hemos planteado, a la que nos referimos es la evaluación
psicopedagógica propiamente dicha. Con este rótulo queremos denominar
aquella evaluación realizada por el
orientador psicopedagógico como responsable fundamental del proceso, empleando
técnicas y recursos propios de las dos disciplinas básicas que configuran su
especialidad (la Psicología y la Pedagogía).
No queremos
indicar, al definirlo de este modo, que presente otros rasgos distintivos: la
evaluación psicopedagógica debe ser entendida como un elemento curricular, que
entra en acción en el momento
en que,
tras haber realizado las
modalidades anteriores, se decide que es preciso recurrir a un grado mayor de
especificidad que nos ayude a definir de manera precisa una posible adaptación
curricular.
Queremos
insistir, por ser conscientes de que no es ésta
la práctica más extendida en nuestro medio, en el hecho de la
continuidad de la evaluación que denominamos Evaluación Psicopedagógica con
respecto a las modalidades previas. De tal manera que en todos los casos
debería entenderse como un modelo de evaluación relacionada directamente con la
que realizan los profesores, aunque mucho más con las modalidades intermedias
señaladas anteriormente.
Entendemos que
la intervención psicopedagógica en el tema de evaluación de necesidades
educativas debe plantearse en todo momento como un proceso que avanza desde el
mayor grado de normalización hacia medidas cada vez menos ordinarias, tal y
como ocurre con el diseño de las respuestas educativas a la diversidad. Así
mismo, creemos que la decisión de poner en marcha una modalidad menos ordinaria
debe recoger esta última
información previamente
recabada en las modalidades
anteriores.
e) Evaluación
multidimensional. Hemos querido señalar como última modalidad de
evaluación la valoración multidimensional de aquellos alumnos
con necesidades educativas especiales, que supone no sólo la intervención del orientador psicopedagógico,
sino también la de otros profesionales cualificados, como
los distintos especialistas médicos o el
trabajador social, a los que pudiera
ser preciso recurrir para una
evaluación adecuada de los hándicaps que presentan algunos alumnos. Queremos insistir muy
especialmente aquí en que también ésta supone
una modalidad plenamente educativa de evaluación, puesto que la información derivada del examen
externo de todo especialista debe ser tomada como un elemento más a la hora de
confeccionar tanto los modelos explicativos de la situación del alumno, como la
respuesta educativa coherente con sus necesidades educativas.
4)
Estrategia de evaluación e instrumentación. El procedimiento constituye
uno de los elementos más identificativos de cualquier evaluación, es por ello
que entendemos que actuar de una determinada manera a la hora de evaluar,
determina en gran medida los resultados y conclusiones del propio proceso
evaluador. A pesar de la polémica sobre metodología que en estos momentos
existe en el terreno de la evaluación y la investigación, nosotros optamos por
una estrategia que tendría como soportes básicos las siguientes fases:
(a)
Fase de Identificación y delimitación. En esta primera fase de la
evaluación, se trataría de lograr la identificación de las n.e. que se poseen en un momento y situación
determinada. Es obvio, que en esta fase de la evaluación, sobre todo por el
objetivo a lograr, es necesario utilizar una instrumentación, básicamente,
cualitativa formada sobre todo por entrevistas en profundidad, observación participante, debates y asambleas, cuestionarios abiertos, etc.
que nos permitirá identificar con el menor número de prejuicios las verdaderas
necesidades que el centro/grupo/sujeto
posee en ese momento y situación. La utilización de una instrumentación,
básicamente, cualitativa para la detección e identificación de las necesidades
educativas no debería llevarnos a no utilizar determinados instrumentos
cuantitativos que pueden ser, en esta fase, de una clara utilidad como son los
cuestionarios cerrados, las encuestas, entrevistas dirigidas o semidirigidas,
etc. Es una cuestión de la mayor
importancia en esta fase de la evaluación, y teniendo en cuenta los sesgos de
error que suele tener la instrumentación cualitativa, el garantizar condiciones
en el proceso como son:
a) Conseguir el mayor nivel posible de
participación de los sujetos implacados, utilizando para ello los instrumentos
que consideremos conveniente en cada caso.
b) Lograr la triangulación de la
información obtenida mediante el uso de instrumentos de evaluación alternativos
y de la participación de los diversos
sectores implicados (profesores/padres/alumnos).
c) Realizar las valoraciones de la
información recogida de manera compartida, con el mayor número de participantes
posibles; en general con el Equipo Directivo y los profesores/as y de manera
especial con aquéllos que van a participar en la intervención psicoeducativa
subsiguiente.
(b)
Fase de Dimensionalización y priorización. La segunda fase en la
evaluación de las necesidades educativas, no siempre separada en el tiempo de
la primera, consiste en dimensionar, es decir, medir el valor de la variable
para ponderar las dimensiones de las necesidades educativas para a continuación
priorizarlas.
Es
usual que en una fase como ésta, cuyo objetivo básico es dimensionar el valor
de las necesidades educativas de un centro/grupo/sujeto, tengamos que emplear
metodología cuantitativa en la mayoría de los casos, ya sea porque no conocemos
las dimensiones del problema, ya porque necesitemos una valoración comparativa
entre las diferentes necesidades identificadas con el fin de priorizarlas. Como
hemos visto, en los diferentes niveles mencionados, la evaluación de n.e. puede
precisar de los instrumentos más variados para su realización, estando éstos
determinados por el campo educativo en el que se vaya a realizar la
evaluación (no es lo mismo evaluar necesidades relacionadas con las
dificultades de aprendizaje, que las relacionadas con el asesoramiento
vocacional), como por el sujeto de la evaluación (no es igual evaluar
las necesidades educativas de una zona educativa o de un centro que hacer lo
mismo con un grupo de alumnos de un grupo-clase o de un alumno), así como por
el nivel de evaluación (curricular, asistida, compartida,
psicopedagógica o multidimensional) que sea necesario llevar a cabo.
Teniendo
en cuenta lo dicho, podemos afirmar en relación con el carácter
colectivo/individual de la evaluación que los instrumentos pueden dividirse en
dos grupos:
1) Evaluaciones
de necesidades de carácter colectivo relacionadas con las posibles
necesidades de una zona educativa, un centro, un ciclo, o un grupoclase como
pueden ser las destinadas a la elaboración/implementación de programas
educativos como pueden ser: programas de orientación vocacional, plan de acción
tutorial, programas preventivos de dificultades, de asesoramiento, etc. la
instrumentación estaría compuesta, al menos, por algunos de estos instrumentos:
Cuestionarios, encuestas, entrevistas, debates-reuniones,
análisis de documentación, observación participante, etc.
2) Evaluaciones de necesidades de
carácter individual,
que son aquellas que realizamos para determinar las necesidades educativas que
presente un grupo dentro de un grupo-clase o de un sólo sujeto, como son las
destinadas al asesoramiento en los procesos de adaptación, las que tienen como
objetivo asesorar el emplazamiento escolar de un alumno/a, etc., es bastante
probable que la instrumentación tenga que ser más compleja, y la detección de
n.e. ha de ser más exacta con el fin de poder asesorar el tratamiento educativo
que corresponde a un grupo de alumnos o a un alumno concreto. Entre los
instrumentos posibles, además de los anteriores, se encuentran: análisis de tareas
y trabajos de los alumnos, entrevista familiar, entrevista con los profesores,
pruebas de nivel y de estilo de aprendizaje, tests estandarizados, etc.
3ª Fase: Diseño del Programa o Plan. Una vez evaluadas las necesidades educativas
que se dan en una determinada situación y momento en un sujeto (zona / centro /
aula / grupo / sujeto), es preciso diseñar el programa o tratamiento
(educativo, claro está), que pretende ser la respuesta educativa a las
necesidades detectadas.
Si
la coordinación del conjunto de la intervención psicopedagógica es
responsabilidad del orientador, esta parte lo es aún más, aunque ello no
suponga renunciar a la colaboración de aquellos miembros de la comunidad
educativa que lo puedan hacer. El programa, o plan, que debemos diseñar, como
cualquier programa educativo, podría tener los siguientes elementos:
1) Fijación de objetivos. Vendrían
definidos por las metas que pretendemos lograr con las actividades que están
directamente relacionadas con las necesidades educativas detectadas, deben
deducirse a partir de ellas, pero depende en igual, o mayor, medida de las
condiciones espaciotemporales y los recursos existentes. Los objetivos
deberían ser formulados de forma clara e inequívoca, procurando incluir tanto
las capacidades o destrezas que pretendemos conseguir, así como los conceptos,
procedimientos y actitudes que vamos a utilizar para su logro.
Es
bastante usual que cuando nos planteamos los objetivos de un programa no se
tengan en cuenta dos cuestiones que, a la postre, resultan básicas para decidir
qué objetivos nos proponemos con un determinado programa. Y es que los
objetivos de todo programa educativo deberían estar en función directa de tres
variables:
1) Las necesidades educativas detectadas. Las
necesidades educativas evaluadas constituyen el «espíritu» del programa a
ejecutar.
2) Las condiciones espaciotemporales
en que se va a desarrollar. Sin embargo, es posible detectar necesidades
educativas que no puedan ser satisfechas por imposibilidad de disponer de las
condiciones espacio-temporales que son necesarias para la puesta en marcha del
programa correspondiente. Esto ocurre, por ejemplo, con las necesidades de
orientación en el actual Bachillerato, que incluso legalmente existe una hora
de tutoría, pero la mayoría de los centros no disponen «materialmente» de ese
tiempo, ya que sus 30 horas lectivas son ocupadas totalmente por las diferentes
asignaturas.
3) Los recursos disponibles para su
ejecución.
El tercer elemento en función del cual han de fijarse los objetivos es, sin
lugar a dudas, los recursos con los que se dispone para llevar a cabo el
programa. De esta manera, si un programa exige una determinada inversión, los
objetivos del mismo variarán en función de la disposición de dicha
intervención, igualmente ocurriría si se tratara de recursos personales (p.e.
monitores), de materiales didácticos,
etc. Los recursos que son necesarios para la puesta en marcha de un programa
educativo, es una de las primeras cuestiones que hay que valorar, ya que de
ellos van a depender, cuando son imprescindibles, en gran medida, las metas que
hemos de fijarnos para el programa previsto.
2)
Desarrollo, secuenciación y organización de los contenidos. Aunque no en
todos los programas es imprescindible el desarrollo de contenidos, si lo
debiera ser en los aquéllos que tengan un carácter marcadamente instructivo
(p.e. programa de técnicas de estudio, programa formativo del profesorado,
etc.) Respecto a los contenidos, cuando
haya que desarrollarlos, es necesario realizar dos tareas claramente
diferentes:
1) Desarrollo de los contenidos. Este
desarrollo de contenidos podría realizarse mediante un esquema o un marco
conceptual de los contenidos que habría que abordar durante la puesta en marcha
del programa.
2) Secuenciación/organización de los
contenidos.
Tarea ésta, que tendría como objetivo la organización de los contenidos en
unidades didácticas secuenciadas. Aunque resulta bastante heterodoxo, en
nuestra opinión, es éste el momento en que se deben analizar los materiales
didácticos existentes, para evaluar si existe alguno que posea unos objetivos y
contenidos similares a los que nos hemos planteado en el programa, y adoptar la
organización de los contenidos que presentan los materiales, sienpre que la
misma responda al «espíritu» de nuestro programa, modificar los materiales en
la medida en que sea preciso: añadiendo o eliminando algunas unidades
didácticas o de trabajo.
3) Criterios de evaluación. Los criterios
de evaluación son los indicadores o parámetros que vamos a usar para comprobar
en qué medida se consiguen los objetivos planteados en el programa.
3)
Aspectos metodológicos. Una cuestión que resulta clave, en
cualquier programa, son los aspectos metodológicos.
1) Estrategias y técnicas de intervención.
En
primer lugar, es necesario delimitar con la mayor exactitud posible la
estrategia que se va a emplear en el desarrollo del programa, señalando los
pasos esenciales de la misma, así como las técnicas, en su caso, que se
consideren imprescindi-bles para su desarrollo.
2) Secuencia de actividades. Un programa
educativo ha de concretarse necesariamente en un conjunto de acciones
educativas al servicio de los objetivos. En ocasiones, esta labor no es
necesaria, ya que el material didáctico que hemos seleccionado posee ya una
secuencia que puede sernos de utilidad.
3) Elaboración/selección de materiales
didácticos. Para llegar a decir que hemos diseñado un programa, es preciso
llegar hasta esta fase del diseño, es decir, es necesario confeccionar/ seleccionar
los materiales didácticos que van a ser precisos para el desarrollo del
programa. Innumerables datos empíricos nos indican que cuando un programa no
posee un material didáctico concreto, no suele desarrollarse o se desarrolla en
muy deficientes condiciones. Respecto al tipo de materiales, pueden ser
necesarios dos tipos claramente diferenciados:
- Materiales
didácticos para que el alumno desarrolle los contenidos del programa en
cuestión.
- Materiales didácticos que sirvan de
guía a los interventores (profesores, profesionales o monitores) del programa.
Es
obvio, que la situación y hasta la formación profesional de muchos orientadores
no permite que se dediquen a elaborar materiales didácticos, es por ello, que
antes de diseñar la secuencia de contenidos a desarrollar se deben consultar
los materiales que existen respecto a los contenidos que estamos trabajando con
el fin de comprobar si ya existen materiales didácticos que puedan utilizarse,
aunque sea necesario complementarlos o modificarlos en alguna medida.
En
numerosas intervenciones psicopedagógicas no es necesario que el diseño de la
intervención psicopedagógica sea tan prolijo y complejo como lo indicado
anteriormente, sino que es suficiente con el diseño de un plan de
actividades dirigidas a satisfacer las necesidades detectadas. Esto es
especialmente cierto cuando la única función del orientador implicada es la
tarea de asesoramiento. Así, en numerosas intervenciones de los orientadores
sólo será preciso diseñar con claridad los objetivos, actividades, responsable,
temporalización y recursos a utilizar en las mismas.
El
que un orientador se decida por el diseño de un Programa o el de un Plan
va a depender de numerosas variables, entre las que destacan: la complejidad de
la intervención, la utilización de contenidos específicos de las áreas, el
grado de especialización de las n.e.e. detectadas, etc.
Un
momento esencial en el diseño del Programa o Plan lo constituye el momento de
presentarlo a los agentes educativos implicados, ya que buena parte del éxito
de la intervención se encuentra ahí: cuando los agentes implicados (orientador,
profesores, tutores, especialistas, padres, alumnos, dirección, etc.) se ponen
de acuerdo en la distribución de responsabilidades que a cada uno le
corresponde en la puesta en marcha del mismo.
En
este sentido entendemos que una vez diseñado un Plan o Programa, este debe ser negociado
con los diferentes agentes que han intervenir en su ejecución, debiendo
adoptar, en todo caso, los orientadores una posición negociadora y flexible que
posibilite las mejores condiciones durante la implementación del mismo.
4ª Fase: Implementación del programa o plan. En esta fase, se trata de llevar a cabo el
conjunto de actividades en que hemos concretado el programa diseñado. Durante esta
fase es preciso que se lleve a cabo la evaluación continua del programa, que
detecte atascos y dificultades y tome las decisiones correspondientes para
salvarlos, aquí debería jugar un papel especialmente importante la función de
coordinación de programas del orientador. En esta fase de la intervención
psicopedagógica no siempre la responsabilidad corresponde al orientador, sino
que en numerosas ocasiones suele ser
compartida con otros agentes educativos (especialmente profesores y padres),
pero no debemos excluir su participación de la misma, ya que dependiendo del
carácter del programa pudiera corresponderles una parte de las actividades o
todas.
5ª Fase: Evaluación del Programa. Cualquier intervención psicopedagógica debe
ser evaluada y no sólo durante el proceso de intervención, sino también al
final del mismo, con el fin de contrastar el logro de los objetivos propuestos
y tomar las decisiones correspondientes sobre su viabilidad futura, es decir,
si se va a mantener, modificar o eliminar, es el momento en que es necesario
plantearse la continuidad y/o modificación del programa. Para evaluar un
programa es preciso delimitar, al menos, los siguientes aspectos:
1) Objeto de la evaluación. La
evaluación de un programa es siempre una actividad compleja, que debe ocuparse
de múltiples contenidos u «objetos»; en particular, resultan de importancia
tres ámbitos:
a)
La evaluación del programa en sí mismo, es decir, su calidad técnica, su
adecuación a las necesidades de la población a la que se dirige, su fundamentación
teórica.
b)
La evaluación del programa en su desarrollo, ya que, a menudo, lo
planificado y lo ejecutado difieren en mayor o menor medida, además de que
existen factores contextuales como el clima en que se desarrolla, el grado de
integración con las demás actividades del centro o aula, etc., que resultan
determinantes.
c)
La evaluación de los resultados, o evaluación de la eficacia y
eficiencia del programa en la
consecución de los objetivos perseguidos, que debería incluir la valoración de
posibles efectos «secundarios» o no previstos.
2)
Momentos de la evaluación. La segunda cuestión importante a la hora de
evaluar un programa educativo (y los de Orientación los son), es el
establecimiento del cuándo se va a evaluar. De esta manera, podemos diferenciar,
al menos, tres momentos:
a) Evaluación Inicial. Es aquella
que se realiza antes de comenzar las actividades que resultan propias de un
programa, posee una relación directa con las necesidades educativas y debe
tener como objetivo básico, adaptar el programa educativo a las características
propias del grupo / sujeto que ha desarrollado el programa. Además de las
necesidades educativas, es preciso que esta evaluación lo sea también de los
recursos existentes.
b) Evaluación Continua. Es la que se
lleva a cabo durante la ejecución del propio programa, teniendo como objetivo
básico el ajuste de las actividades y materiales del programa que se está
desarrollando.
c) Evaluación Final. Es la que
realizamos al finalizar el programa, y teniendo como objetivo básico constatar
el nivel de logro de los objetivos que nos establecimos al principio del
programa, utilizándose para ello los criterios de evaluación.
3)
Niveles de la evaluación. Es necesario que los programas sean evaluados en
dos niveles diferentes:
a) Por los participantes: creemos que
la evaluación de los participantes resulta esencial, ya que con bastante
probabilidad, la suya sea una perspectiva diferente.
b) Por el orientador y/o Equipo
Directivo:
además de la evaluación de los participantes para la realización de la
evaluación sumativa, es preciso que exista una evaluación externa.
4)
Instrumentos de evaluación. Y, finalmente, otro elemento esencial
en la evaluación de la intervención psicopedagógica, son las técnicas a emplear
para llevarla a cabo. El tipo de instrumentación se encuentra en función
directa del tipo de programa y de los objetivos de la intervención. De esta
forma, no pueden ser los mismos instrumentos evaluadores los que utilicemos
para evaluar un Programa de Acción Tutorial, que un programa de Orientación
Vocacional o un programa de prevención de dificultades del aprendizaje. Si en
el enfoque más clásico de la orientación educativa y del asesoramiento
psicopedagógico la preferencia es por las técnicas cuantitativas o de medida, la
complejidad de los fenómenos educativos, objeto de nuestra intervención, parece
aconsejar una aproximación caracterizada por la complementariedad de métodos y
técnicas, como hemos señalado repetidamente.
Dicha
complementariedad supone el recurso tanto a los enfoques cuantitativos, por
tanto, las técnicas más clásicas (tests estandarizados, escalas, cuestionarios,
observación sistematizada, etc.), como a los enfoques cualitativos o
etnográficos, que recurren a técnicas posiblemente menos fiables, pero capaces
de aportar información a veces más válida y más útil: entrevistas no
estructuradas o «en profundidad», análisis de documentos, observación
participante, etc.
Frente
a polémicas más o menos agrias, al respecto de la preferencia por unos u otros
métodos, parece claro que el recurso a ellos debe estar orientado por la
naturaleza del objeto de estudio y por el objetivo perseguido en cada caso
(p.e.: sería más conveniente una serie de conversaciones entre «compañeros» que
un cuestionario objetivo para captar en un centro la cuestión de la orientación
vocacional, mientras que una escala diferencial será más práctica que una
conversación para conocer las competencias curriculares de un alumno). A veces,
incluso, puede plantearse el uso sucesivo de unas técnicas e instrumentos y
otros, por ejemplo, cuando realizados reuniones con los equipos de ciclo tras
haber pasado un cuestionario general en el claustro para matizar y comprender
mejor los resultados obtenidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario